La notable expansión que han tenido los autoproclamados “libertarios” en un lapso de tiempo relativamente corto, con especial predicamento entre los jóvenes, habilita muchas reflexiones.
La primera se vincula con lo que podemos llamar la construcción de sentido. Ante la ostensible pérdida de credibilidad en el sistema político tradicional por parte de amplios sectores de la sociedad y el profundo deterioro socioeconómico de los últimos largos años (marcados por gobiernos de diferentes signos ideológicos), los “libertarios” han sabido jugar fuerte en la arena pública y han logrado marcar la cancha en muchas de las cosas que se discuten respecto de lo que se podría (y se debería) hacer en la Argentina y de lo que no se podría (ni se debería) hacer, sobre todo en materia económica.
Esto ha sido posible pese a que tanto la caracterización de los identificados como los principales problemas de la economía, al igual que las propuestas de solución a los mismos, se fundan en argumentos sumamente endebles, vetustos y, por lo general, engañosos, cuando no falsos. Pero no se trata aquí de objetar la validez científica de esos planteos, sino de reconocer la indudable capacidad de esta nueva fuerza política y social para montarse sobre el descontento reinante y marcar la cancha, lo que ha generado un corrimiento hacia la derecha tan manifiesto como patético de amplios segmentos del arco político. Todo ello, a instancias de un discurso que jerarquiza la libertad, pero en el que subyace una postura de raíz autoritaria, negacionista y anti-derechos, lo mismo que un ideal de sociedad profundamente meritocrático y excluyente (una sociedad en la que con seguridad quedarían afuera muchos de quienes ven con buenos ojos las propuestas “libertarias”).
En todo esto hay que destacar el papel de algunos referentes del espacio como intelectuales orgánicos, esto es, como actores que juegan de modo decidido en construcciones claramente alienadas con intereses bien concretos, que quedan ocultos detrás del culto a la “libertad” y las críticas furibundas contra todo tipo de injerencia estatal en la vida socioeconómica. De allí la importancia de desmenuzar con cierta precisión la lógica falaz del recetario “libertario” y arrojar luz sobre el esquema de ganadores y perdedores en términos económicos y sociales que se desprenden de las propuestas.
A modo de ejemplo podemos aludir a dos cuestiones estrechamente relacionadas, que son centrales en las reflexiones y los debates contemporáneos.
Por un lado, se plantea con suma liviandad que el fundamento principal (sino el único) de la inflación es la emisión monetaria, que a su vez se explica por un déficit fiscal que es expresión del excesivo e ineficiente intervencionismo estatal.
Pero nada se dice en cuanto a que la raíz del déficit tiene que ver en lo sustancial con una multiplicidad de abultadas transferencias de ingresos que el Estado motoriza a distintos sectores de la clase dominante, entre las que se pueden resaltar, a modo de ejemplo, los pagos del capital y los intereses de la deuda pública (externa e interna), las fuertes y variadas subvenciones que se realizan a actividades sumamente rentables y controladas por capitales transnacionales (hidrocarburos, megaminería, grandes exportadores del sector agropecuario) y el sacrificio fiscal implícito en muchos instrumentos (regímenes de promoción diversos, condonaciones de deudas multimillonarias a empresas reguladas, etc.).
En este plano, tampoco es casual la ausencia de señalamientos sobre que la inflación que, antes que ser un problema monetario, se relaciona estrechamente con el carácter trunco y primarizado de la estructura productiva y con las lógicas de acumulación desplegadas por los núcleos oligopólicos del capital que conducen sus resortes estratégicos en el marco de la globalización. Ni mucho menos se explicita que la “solución libertaria” a la inflación, en esencia un drástico y regresivo recorte del gasto público y la suba de la tasa de interés, constituye un negocio fabuloso para aquellos actores con capacidad de canalizar excedentes al sector financiero. Por lo general, se trata de las mismas fracciones del poder económico que se benefician con las traslaciones de ingresos aludidas y que en paralelo obtienen pingües ganancias al prestarle al sector público para financiar el desequilibrio fiscal que las tiene como responsables centrales, consumando así una verdadera captura del Estado.
Por otro lado, en materia de combate a la inflación algunos referentes “libertarios” han argumentado adicionalmente en favor de la dolarización de la economía argentina. En esos argumentos se soslaya una serie de cuestiones para nada menores: que avanzar por esa vía supondría primero concretar una megadevaluación de la moneda doméstica que pulverizaría el poder adquisitivo de los salarios; que se afianzaría una estructura de especialización e inserción internacional anclada en lo sustantivo en sectores con ventajas comparativas y ligados a intereses altamente transnacionalizados y financiarizados (con todo lo que esto implica en términos productivos, laborales, distributivos, territoriales, ambientales, de demografía empresarial, etc.); y que, tal como lo enseña la experiencia de países que han asumido la vía dolarizadora (como Ecuador bajo el asesoramiento de Domingo Cavallo, alguien muy respetado en las huestes “libertarias”), supondría subordinarse por completo y en numerosos aspectos a las recurrentes fluctuaciones y crisis del mercado mundial en lo comercial y lo financiero. En suma, la profundización a niveles extremos del carácter periférico y dependiente del capitalismo argentino.
Si bien es indudable que la notable expansión de los “libertarios” y sus ideas y propuestas han tenido que ver con la capacidad de muchos referentes de hacerse escuchar, más allá de sus “falacias”, también es cierto que la otra cara (tan o más necesaria) de esa centralidad creciente es el descrédito que no para de generar el sistema político tradicional, lo mismo que la crítica situación socioeconómica a la que nos han llevado las políticas aplicadas por gobiernos neoliberales y neodesarrollistas. Pero esa crisis de varias dimensiones habilita a pensar y a construir vías alternativas, de carácter genuinamente popular, para lo cual es central la conformación de una fuerza social y salir a dar la disputa en la arena pública, lo que involucra un rol activo en la construcción de sentido.
Ilustración: https://sp.depositphotos.com/