Tras las huellas del pasado. A 20 años de la apertura de una de las fosas más grandes del país

Tras las huellas del pasado. A 20 años de la apertura de una de las fosas más grandes del país

Ana Mariani

 

“Cada vez que recuperamos el nombre de un cuerpo, es también un modo de recuperar su vida, su historia”. (Luis Fondebrider)

“Trabajar de día, llorar de noche”. (Darío Olmo)

Hace 20 años Córdoba se despertaba con la noticia de la apertura de las fosas del Cementerio San Vicente. Un hecho histórico tanto para la antropología como para los procesos de Memoria, Verdad y Justicia.

Durante la última y más sangrienta dictadura militar los enterramientos fueron uno de los métodos usados para hacer desaparecer los cuerpos de los secuestrados-asesinados. Los genocidas argentinos no escaparon a la dificultad que tuvieron otros regímenes para ocultar los cuerpos de sus víctimas.

“Auschwitz era una fábrica”, le dice al cineasta Claude Lanzmann uno de los verdugos de las SS alemanas en el documental Shoa, que muestra con detalles el horroroso trabajo de los nazis para hacer desaparecer los cuerpos.

Un secuestrado que logró sobrevivir del campo de extermino La Perla de Córdoba expresó en el mismo sentido: “Cuando ingresé en la cuadra, me di cuenta de que era una maquinaria de muerte y mucho más grande de lo que habíamos imaginado afuera. Entendí que era una verdadera fábrica de muerte.  En ese lugar estaba todo estructurado para que entrara gente chupada de la realidad, secuestrada de la realidad. Vidas que venían para ser transformadas, destruidas, torturadas, asesinadas. Y los genocidas eran los operarios de esa fábrica de muerte”.

Uno de los lemas de las Madres de Plaza de Mayo que resonaban en las manifestaciones cuando se reunían para saber qué había sido de sus hijos era: “Los desaparecidos; ¡Que digan dónde están!” Un pacto de silencio entre los autores intelectuales y materiales de la masacre de la década del ’70 impidió las respuestas, hasta que el trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) logró dar una respuesta acabada a esa pregunta. Y fue 2003 el año en el que comenzaron las respuestas para familiares de desaparecidos en Córdoba.

La primera vez que me asomé a las fosas y vi los restos de las víctimas, recordé lo que le escribió Derrida a Lévinas. “Identificar la muerte con la nada es lo que querría hacer el criminal”. Pero en Argentina contamos con un equipo que vino a contradecir a los criminales ya que su tarea fue devolver la identidad a las personas desaparecidas con las exhumaciones que realizaban. Porque esas personas tienen nombres, historias de vida y lucha.

Y esa ardua tarea de recuperación de desaparecidos, de identificación, de retorno a sus familiares y de aportar pruebas a la Justicia pudo realizarse hace 20 años por orden de la Justicia Federal, en la causa “Averiguación de enterramientos clandestinos”, con el apoyo de los organismos de Derechos Humanos y de la Universidad Nacional de Córdoba.

El equipo de antropólogos, además de las tareas de exhumación de las fosas comunes, llevó a cabo la delicada y dificultosa tarea de identificar los restos y determinar las causas y los modos de muerte. También se tuvo la colaboración del Equipo de Rescate Arqueológico del Museo de Antropología que realizó una tarea interdisciplinaria en la que actuaron estudiantes de antropología, historiadores, abogados y arqueólogos.

Quienes pudimos observar el trabajo de los antropólogos, cuando las excavaciones llegaron a los restos, no logramos encontrar palabras; no existían. Y como dijo una amiga hace pocos días: “Se cumplen 20 años del desgarro visual que cambió nuestro modo de mirar”. Las fotografías que el EAAF distribuyó a los medios de comunicación daban cuenta de la barbarie y de la inhumanidad de quienes todavía se niegan, mediante un pacto de silencio, a confesar dónde están los cuerpos de los desaparecidos que aún faltan recuperar e identificar.

La ceremonia de la recuperación

Un integrante de la agrupación HIJOS rescató lo que significa la ceremonia de entrega de los restos a sus familiares: “Cuando uno participa de esa ceremonia hay una dimensión que es colectiva, se recuperan los restos del ser querido, que ya no es un NN, y cada uno tiene un sentido de pertenencia sobre esa ceremonia; se reconstruye un pedazo de la historia de uno. Antes, había un vacío social sobre la figura del desaparecido, y esa incógnita se despeja con las exhumaciones. De esta forma, surgen las preguntas imprescindibles: qué pasó con esas personas, qué fue de sus vidas, por qué sus muertes, quiénes fueron” (Mariani, 2003).

Otra integrante de la misma agrupación, que tiene a su mamá y a su papá en calidad de desaparecidos, destacó “calmar la esperanza”: “Nos hemos criado con esa sensación de muerte-no muerte, con esa ausencia, de alguna manera aceptada. Ahora creo que las exhumaciones tienen que hacerse por una cuestión histórica, para la memoria del país. Yo fui cambiando a partir de las identificaciones que se iban realizando. La palabra que las define es ´recuperación´. Se está recuperando algo, que no es solamente el cuerpo, sino algo más fuerte. Lo que sí uno trata de hacer es calmar la esperanza. Pero es muy diferente cómo se vive generacionalmente. Me duele que nuestros abuelos, que lucharon por la justicia y por recuperar a mis padres, se hayan muerto sin tener la posibilidad de enterrarlos. Para mí la recuperación de los cuerpos de mis padres sería una parte: hay que recuperar otras cosas, reconstruir quiénes fueron, su mundo, sus ideas, sus proyectos. Y también llegar a determinar quiénes son los responsables de sus muertes. Creo que encontrar el cuerpo abre cosas, más de las que cierra. (Ibídem).

Sembrar las mejores emociones

Por eso es necesario el proceso de construcción de la memoria colectiva contra el negacionismo, que intenta desacreditar con las narrativas que se instalan y construyen con la complicidad de ciertos medios de comunicación, incitando al enojo, al malestar y a movilizar las peores emociones; porque las de los negacionismos son construcciones ligadas al odio, que intentan destruir los lazos sociales.

Se hace imprescindible recordar que hace 20 años la ciudadanía de Córdoba, con un nudo en la garganta, observaba las fotos del horror que desgarraban los sentidos y que comenzaban a desanudar una larguísima y dolorosa historia. Y esas eran las pruebas del delito. Desde ese momento, solamente los necios podían negar el genocidio argentino, la inhumana manera de pretender esconder sus crímenes y pretender decir “esto no pasó”.

El ejercicio de la memoria, como en este caso, puede resultar casi insoportable, pero es absolutamente necesario. En los momentos que estamos transitando en nuestro país se transforma en una obligación de la ciudadanía.

Se exterminó a una generación y las consecuencias las estamos padeciendo con creces. La tarea que nos cabe es descorrer los velos que muchos pretenden permanezcan ocultos. Hay que reconstruir quiénes fueron, su mundo, sus proyectos. Y no cejar en la tarea de señalar a los responsables de sus desapariciones y muertes.

El EAAF tiene aún 600 cuerpos exhumados de distintos lugares del país sin identificar de víctimas de la represión entre los años 1974 y 1983. Para esto es imprescindible que los familiares de desaparecidos se presenten a dar su muestra de sangre. Los interesados pueden comunicarse con el Equipo a través de la página web o de lunes a viernes, de 9 a 17, al teléfono 0800 345 3236.


Fotografía: gentileza Equipo Argentino de Antropología Forense.

Un comentario en «Tras las huellas del pasado. A 20 años de la apertura de una de las fosas más grandes del país»

  1. Frente a la barbarie, la respuesta del conocimiento, frente al odio, la respuesta amorosa de quienes trabajan por el prójimo y la sociedad, transformando el cruel olvido de la desaparición en presencia, con lo que con sus manos nos pudieron devolver.

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