Argentina ha transitado su historia, alternativamente, por caminos que conducían a destinos contradictorios, antagónicos, de un modo tan singular que, atravesando zonas turbulentas, nos permitió saltar de un sendero a otro, de un destino ominoso a otro brillante.
En trazos gruesos pudimos saltar de un destino de país productor de carne y cereales, alimentos para una potencia industrial dominante, modelo benefactor de una minoría enseñoreada sobre una mayoría indigente, a otro con control propio de los recursos naturales, industrialización incipiente e inclusión social.
Destino trunco, turbulencia, cambio de rumbo, destinos sombríos en ciclos de asombrosa repetición, ¿para siempre?
Sabemos, el tiempo es una flecha lanzada hacia adelante y las semejanzas son ilusiones, no hay forma de regresar ni repeticiones, solo semejanzas y los ecos del pasado pueden animarnos pero no construyen futuro.
En cada ciclo, el destino de país complejo e industrializado con justicia social fue quedando en un horizonte más lejano. Con cada retorno al camino de la primarización y la pobreza perdimos herramientas, materiales e inmateriales: empresas, activos, saberes políticos y tecnológicos, mujeres y hombres militantes del otro camino.
¿Estamos frente a la última posibilidad de saltar hacia la marcha definitiva rumbo al mejor destino?
Se podrían señalar aspectos generales que definen un camino u otro, se pueden citar experiencias del pasado o políticas ensayadas en otros países, pero intentar explicar un rumbo enfocados en una problemática específica que difunde horizontal y verticalmente hacia todas las dimensiones sociales, económicas y políticas, puede ser un buen ejercicio de alerta, acaso la última antes de la bifurcación final.
Hablemos de energía
Obviamente, todo Estado que pretenda afianzarse, ganar grados de libertad, ordenar el presente, planificar acontecimientos futuros, en fin, sobrevivir sin convertirse en uno fallido, necesita tener control sobre dos recursos estratégicos básicos:
- Alimentos (producción primaria, elaboración, distribución).
- Energía (hidrocarburos, nuclear, hidro-eléctrica, eólica, solar, biomasa, etc.).
La importancia de cada uno es obvia: la población debe acceder a alimentos en cantidad y calidad en forma permanente y demanda energía para las actividades diarias.
Luego, la energía es vital para todas las actividades productivas, educativas, sanitarias, defensivas, etc.
Toda propuesta para esta área debe dar cuenta del inevitable proceso de Transición Energética (TE), la cual no solo se refiere a las fuentes de energía sino también, y acaso más importante desde la perspectiva de un desarrollo industrial endógeno, al desarrollo y fabricación de buena parte de los equipos, máquinas y sistemas para procesar los recursos, convertirlos en energía, transportarla y distribuirla. Dicha TE y la industria asociada con ella puede ser encarada con objetivos estratégicos y políticas diseñadas fuera de Argentina, para otras realidades y necesidades geopolíticas, o a partir de definiciones soberanas: cómo será la matriz energética para el año 2050, como transitamos hacía ella, cuáles serán las fuentes de energía principales para 2050, cual es el modo y la velocidad con que abandonamos unas y vamos hacia otras, cómo se enfrentará el impacto ambiental y, fundamentalmente, sobre cuál industria vamos a construir el proceso.
Es importante subrayar que hasta el momento, el concepto mismo de TE y su agenda, han sido desarrollados en aquellos países del hemisferio norte que, por un lado, son los responsables primarios de las fuentes contaminantes y, por otro, los que desarrollan y producen equipos y servicios para la TE y los principales demandantes de materias primas y combustibles menos contaminantes (gas, hidrógeno, uranio).
No diseñar una agenda propia cuando disponemos de una industria de base, conocimientos tecnológicos, experiencia y recursos humanos, sería reproducir con otras características, un modelo de dependencia y atraso.
El camino soberano necesita industria, y Argentina tiene una, centenaria, que permite la exploración, extracción, tratamiento, transporte y distribución de hidrocarburos y sus derivados, una industria nuclear en capacidad de construir reactores pequeños y medianos 100% nacionales, una industria de generadores eólicos y la electrónica de potencia asociada, industria en biomasa, avances en solar térmica y algunos avances en solar fotovoltaica.
Entonces, la inevitable TE nos pone frente a una bifurcación dramática: puede hacerse con recursos de la industria nacional existente y a desarrollar (ingeniería, construcción, instalación) o con industria y objetivos importados.
¿Es necesario describir los dos escenarios posibles al fin de cada camino?
Un camino, otra bifurcación
Simultáneamente nos encontramos ante otra decisión trascendental que dispara una discusión, ya no con aquellos que nos quieren llevar por el camino de la desindustrialización definitiva, sino con los que, coincidiendo en el objetivo final, proponen una estrategia que prioriza la exportación de recursos naturales sin mayor valor agregado, incluso aceptando la importación de equipos y sistemas, como paso previo indispensable para una política que combine industrialización creciente y mejora en los ingresos de la población trabajadora.
¿Es posible la secuencia “exportamos commodities, generamos divisas y luego procedemos a ejecutar políticas de industrialización que mejoren naturalmente el ingreso de trabajadoras y trabajadoras”?
En detalle, esta secuencia asume que:
- El Estado puede captar divisas y rentas generadas por un grupo reducido de actores privados, productores de hidrocarburos y mineras que tendrían un comportamiento opuesto al de los exportadores del sector agropecuario.
Las características de nuestro sector externo otorgan a un puñado de empresas, la mayoría transnacionales, un gran poder para imponer políticas públicas, precios de tarifas por ejemplo, y nadie regala esa capacidad que surge del manejo de miles de millones de dólares.
Hoy apenas si tenemos control sobre el comercio exterior y más exportaciones solo implica menos control sobre mayor cantidad de divisas.
- La necesidad de importar equipos, repuestos y servicios para atender la urgencia extractivista no afectará a la industria nacional existente y no desalentará el desarrollo de nuevos proveedores.
Periódicamente, las grandes empresas productoras y de servicios, señalan que para mantener o aumentar la actividad, necesitan importar equipos e insumos.
Sin demasiado análisis, el Estado suele ceder a estas demandas y pasa de permitir la lisa y llana importación sin aranceles ni restricciones, a admitirla poniendo mínimas condiciones en el cuerpo legal correspondiente (ley de minería, promoción de hidrocarburos, GNL, hidrógeno, etc.), pero que no guardan coherencia entre si no forman parte de un plan maestro de desarrollo de proveedores, sustitución de importaciones y transferencia de tecnología. En nuestro país existe masa crítica como para avanzar en este sendero, incluso a corto plazo.
- Aceptar las demandas de importación de equipos e insumos para acelerar el proyecto exportador no afectará gravemente a la matriz de producción actual, que involucra a miles de empresas, la mayoría PyMEs
No es realista ni deseable pensar que miles de PyMEs, que son sobrevivientes de otros experimentos para aumentar productividad vía competencia sin control (dictadura, Menemismo-Alianza, Macrismo) buscarán escalar su producción, innovar, desarrollar productos sin el fondo de un programa público que sostenga ese proceso. En el mejor de los casos, algunas elegirán reconvertirse de fabricantes a integradores o simplemente importadores, antes que desaparecer.
- En el caso de que la generación de divisas vía la exportación de commodities consiga una estabilización definitiva de la macroeconomía como aseguran los defensores de esta vía, el sistema industrial sobreviviente y reconvertido podrá volver sobre sus pasos para pasar de importadores a fabricantes que sustituyen importaciones.
Hay que repetirlo, la industria actual es en buena medida sobreviviente de experimentos similares que hacen irreversibles muchas de las consecuencias negativas de ese modelo: pérdida de recursos humanos, de experiencia, de unidades productivas y de empresarios militantes de un proyecto nacional.
En el mejor de los casos, el tiempo en recuperar capacidades destruidas es varias veces mayor al tiempo demandado en destruirlas. Otras ya no se recuperarán.
- Finalmente se soslaya una consecuencia inevitable y fundamental de un modelo exportador asumido sin cuestionamientos, sin una política marco general que tenga como uno de sus objetivos exportar valor agregado, cambiar la inserción internacional de nuestra economía, y esta consecuencia inevitable será el fortalecimiento de otro núcleo exportador, dueño de divisas, que terminará aumentado el poder de la coalición político-económica que históricamente, en forma sistemática y siguiendo intereses propios y foráneos, se ha opuesto de todas las maneras posibles, a un camino de independencia económica.
Es decir, y aunque suene contradictorio, una salida exportadora como la que se propone desde varios sectores solo aumentará el nivel de dependencia política y económica de cualquier gobierno y, por lo tanto, la imposibilidad de diseñar y aplicar políticas de desarrollo independiente y justicia social.
En el pasado Argentina no pudo jamás encaminarse en esa senda virtuosa. Cuando se intentó el rumbo industrializador con justicia social, la interrupción, el regreso al camino opuesto, se concretó con injusticias, con pérdida de derechos, con violencia.
Por otro lado, ¿existe alguna experiencia que pueda mostrarse como caso exitoso de esa secuencia? Países con recursos naturales que privilegiaron un modelo primario exportador antes de una industrialización exitosa.
EE.UU. en el siglo XIX y Noruega en el XX mostraron el camino virtuoso de la simultaneidad: el desarrollo de una industria propia al tiempo de la explotación dirigida por políticas públicas de los recursos naturales.
Dicho esto, descontando la elección del camino difícil pero virtuoso, será necesario reconfigurar las instituciones básicas relacionadas con los recursos naturales y la industria para que toda política sectorial se enmarque en una estrategia de desarrollo de largo aliento.
Para que todas la medidas sectoriales guarden coherencia y funcionen de acuerdo a los principales objetivos se debería promover la creación de una Empresa Nacional para la Transición Energética que incluya empresas e institutos actuales y a crearse (YPF, INVAP, CNEA, Energía Argentina, etc.), dentro de la cual se discutan los objetivos de esta área, se propongan las políticas adecuadas, los indicadores para evaluación y corrección del rumbo, se generen las herramientas para lograr esos objetivos ya sean técnicas, impositivas, financieras, científicas y se organicen, contengan y guíen a las mesas conformadas por los actores privados y estatales involucrados en cada capítulo de una estrategia de desarrollo.
Finalmente
Si nos desmoronamos ahora, una vez más, por la bifurcación que nos aleja del camino virtuoso de la soberanía tecnológica y la industrialización con justicia social, probablemente sea una caída final y no un camino del que logramos desviarnos de tanto en tanto para recuperar capacidades y sueños perdidos.
Tal vez ingresemos en un período de violencia contra el pueblo, contra los trabajadores, contra las PyMEs, de atropello a derechos individuales y colectivos que necesitan ser eliminados para que el plan de la decadencia absoluta, del país colonia, cave la fosa común de nuestros sueños.
Sergio Echebarrena es empresario pyme, ex presidente de la Cámara Argentina de Proveedores de la Industria Petro-Energética y miembro del Movimiento Productivo 25 de Mayo.