Florencia Ferreyra |
El pasado 12 de junio se aprobó en la Cámara de Senadores (mediante una votación muy ajustada) un paquete de leyes que deja, aún más, a la intemperie del Estado a millones de argentinas y argentinos. En una jornada cargada de violencias televisadas, fuimos testigos de los gritos entre legisladores, los micrófonos silenciados en medio de discursos que incomodaban al oficialismo y, como frutilla del postre, la sardónica sonrisa de la vicepresidenta al momento de desempatar la votación. Sin embargo, en los medios de mayor audiencia se acentuaron las imágenes de un móvil periodístico incendiado, las piedras arrojadas por presuntos manifestantes, las lágrimas de un joven policía enfrentado al discurso de una (también joven) manifestante que lo interpelaba.
Hace pocos días, el 9 de julio, en ocasión de la celebración más significativa para la Nación Argentina, el Presidente y la Vicepresidente participaron del desfile oficial, sumando su risueña presencia sobre sendos tanques militares. La controvertida fotografía (ridícula, sarcástica, provocativa, agresiva) ha circulado entre los medios locales e internacionales, aportando un renovado elemento a la endeble credibilidad argentina. Entre tantas imágenes recortadas de ese continuo inclasificable que es la realidad, utilizadas para argumentar los discursos oficiantes de la tan mentada “batalla cultural libertaria”, urge convocar aquí a las imágenes del arte, en tanto espacios críticos de creación de significados. Como sujetos de una sociedad ampliamente atravesada por imágenes, resulta inexorable el ejercicio de la mirada, de modo tal que podamos tomar posiciones políticas esclarecidas, estratégicas, justas y útiles a una vida plenamente democrática.
Fotografía de Maxi Failla, publicada en diario Clarín, el pasado 10 de julio. [2] En esta dirección argumental, he seleccionado la obra Yaya Firpo y Gabriel Orge, dos artistas argentinos que abordan su producción con técnicas, soportes y operatorias muy disímiles, pero cuyos horizontes de sentido pueden vincularse e incluso complementarse.
Firpo construye emblemas a partir de recortes de otras banderas, como también mediante la piratería estética poniendo en relieve el carácter histórico, coyuntural y performático [3] de los símbolos con los cuales hemos sido educados. Si dentro de la lógica de construcción de identidades compartidas –comunidades imaginadas en los términos de Anderson [4]– los Estados Nacionales han utilizado las banderas como símbolo inclusivo/excluyente y la moneda como referencia de autonomía económica y equivalencia respecto de otros Estados Nacionales, los mapas son otra importante herramienta para delimitar territorios. Las operaciones utilizadas históricamente incluyen la normalización del lenguaje mediante la educación, la prohibición, la censura y la propaganda de contenidos específicos que circulan entre los diferentes consumos culturales. La herética obra de Yaya Firpo se presenta potente y disruptiva no sólo por su clara intención de desbaratar las jerarquías de los países occidentales más poderosos respecto de sus colonias, sino porque tensa los elementos constitutivos de cualquier proceso de construcción estatal, desnudando la fragmentación al interior de cada comunidad. Sus mapas y banderas reconstituidos, intervenidos y des jerarquizados ponen en evidencia la vigencia de una retórica xenófoba y clasista que nos inunda, mientras nos recuerda que son eso: unos relatos, unas construcciones susceptibles y desmontables, habilitándonos -como sujetos del Estado y de los discursos- a una apropiación de sus sentidos para usarlos a nuestro favor.
Por su parte, la obra que Gabriel Orge[5] propone, se ubica a medio camino entre la fotografía documental, el arte relacional y el registro performático. Utiliza elementos de la lógica publicitaria (cuya aparentemente cualidad universalista, pretende hacernos olvidar la fuerte influencia cultural de los países occidentales más poderosos sobre nuestra cultura, siempre en el linde de la descolonización o la obediencia) como un anzuelo estético que le permite cuestionar sus usos, en una obra que opera en el filo de los lenguajes, de la autoría y de la crítica política: los protagonistas de sus retratos, posaron como han querido, presentándose ante la cámara según un deseo atravesado (como el de todos) por una identidad construida en espacios y tiempos compartidos con otros (en los cuales ocupamos posiciones en relativo movimiento) delante de un fondo neutro e iluminados con una luz plana que uniformiza el contexto. Sin embargo, sus cuerpos portan muchas marcas, que nos hablan de un tránsito, unas experiencias de violencia y un contexto de exclusión.
Las reflexiones que ambas obras proponen, articulan cuestionamientos acerca de los bordes porosos que nos constituyen, como también la arbitrariedad que presuponen las etiquetas que circulan tan livianamente en las imágenes que consumimos. Tanto los anquilosados y seudo sacros emblemas nacionales, bajo los cuáles las enormes desigualdades al interior del país son veladas, como las imágenes publicitarias de alcance masivo, son importantes elementos visuales que operan en la construcción de la ficción de las comunidades de las que formamos parte. Firpo y Orge consiguen abrir un espacio de reflexión acerca de los modos en que la violencia estructural que se inscribe sobre nuestros territorios y sobre nuestros cuerpos, siempre tiene imágenes como correlato habilitante. Resulta fundamental, entonces, que seamos capaces de reconfigurar unos símbolos que convoquen a un abanico amplio de sujetos, para hacerle frente a esta batalla cultural derechista que ha conseguido asimilar la palabra libertad con las formas más salvajes del capitalismo avanzado. Procuran robarse no sólo nuestro territorio soberano, sino nuestros derechos conquistados, nuestra realidad más concreta en la cual la ubicación de nuestros cuerpos en el espacio social está amenazada por una lógica de mercado, por un poder judicial manchado de partidismos y un poder legislativo asediado. Si, como bien señalara Michael Foucault el poder no se tiene, sino que se ejerce, bien debiéramos reconocer los significados profundos y atomizados que han conseguido aglutinar a buena parte de la misma población que hoy vive en el oprobio, para una contienda de largo aliento, claro está, cuya victoria no sería volver a un pasado romantizado, sino construir una democracia más inclusiva, menos corrupta y más justa.
Julio de 2024
[1] https://aduns.org/2024/06/13/repudiamos-la-represion-en-el-congreso-ante-el-rechazo-a-la-ley-bases/
[2]https://www.clarin.com/politica/the-wall-street-journal-eligio-mostrar-tapa-foto-milei-villarruel-subidos-tanque-militar-desfile-9-julio_0_MRyzlmu2fs.html
[3] El término es utilizado para pensar en aquellos procesos simbólicos que, al ponerse en acto, generan verdaderas transformaciones de sentido como también en el plano material y concreto de la vida de las personas, tanto en el fuero privado, como en las posiciones que los sujetos toman en una comunidad.
[4]ANDERSON, Benedict. “Comunidades Imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo”. Especialmente Capítulo X “El censo, el mapa, el museo” pp. 228-260. Fondo de Cultura económica, 1993.ANDERSON.