Génesis del anarco-capitalismo

Génesis del anarco-capitalismo

Humberto Zambon |

El término compuesto “anarco-capitalismo” nos está indicando el origen dual, e incluso contradictorio, del mismo: por un lado, la tradición anarquista o ácrata y, por el otro, el de presentarse como ideología del sistema económico dominante, el capitalismo. Trataremos de ver, sucesivamente, a las dos influencias y a su resultado final.

El componente “anarco”  

El término genérico de “anarco” (o el de su sinónimo, “ácrata”) se refiere a aquellos que sostienen la tesis de la necesidad de abolir el estado para lograr el bienestar general. El precursor moderno de esta concepción es Pierre Joseph Proudhon (1809-1865), impulsor del mutualismo y padre del anarquismo histórico, (autodenominados como “socialistas libertarios”) que fue continuado por teóricos como Bakunn, Kropotkin y Malatesta.

Proudhon escribió, dirigiéndose a los miembros de la Primera Internacional, “Desde la jerarquía más alta hasta la más baja, en el Estado no hay nada, absolutamente nada, que no sea el abuso que debe reformarse, un parasitismo que debe suprimirse, un instrumento de la tiranía que debe destruirse. ¡Y habláis de conservar el estado, de aumentar las atribuciones del estado, de fortalecer cada vez más el poder del estado! ¡Vamos, no sois revolucionarios!”

Por su parte, Bakunín, heredero intelectual de Proudhon, sostenía la necesidad de la posesión colectiva de los medios de producción, aunque no en manos del estado sino directamente en las asociaciones libres de trabajadores, que retribuirían a estos por su participación en la producción (una especie de sueldo por su trabajo). Posteriormente Kropotkin –que en los últimos años del siglo XIX reemplazó a Bakunín como líder del anarquismo- rechazó esta concepción y se mostró partidario de la absoluta igualdad, donde cada uno retiraría un importe según sus necesidades. El anarquismo de Kropotkin se corresponde a la sociedad rusa, claramente agraria, mientras que Bakunín es un anarquismo urbano, compatible con el proceso de industrialización de su época.

Existió en la Primera Internacional una interesante polémica entre Bakunín y Marx sobre el papel del estado. Para el primero es uno de los causantes de la opresión y de la explotación, por lo que el comienzo de la revolución debería implicar su abolición y la constitución de una federación de asociaciones libres de trabajadores. Marx, por el contrario, sostenía que el estado es el producto histórico de la explotación de una clase social por otra, y que persistirá mientras exista esa explotación; ese poder. El poder del estado se vuelve autónomo y tiende a dominar él mismo a toda la sociedad, sirviéndose de los conflictos entre las clases para sus propios intereses y su propia autonomía. Pero como con la revolución desaparecerían las clases sociales; es decir, se eliminan las causas que lo originaron, el estado tenderá a extinguirse.

A posteriori los anarquistas, que se autodenominaban “socialistas libertarios”, se separaron de los socialistas seguidores de Marx y, excepto algunas luchas encaradas en común, como la de “inquilinos” en Buenos Aires y otras ciudades argentinas a principio del siglo XX, actuaron como rivales.

En el siglo XX el socialismo libertario se volvió fuerte en los países menos industrializados, como Rusia antes de la revolución, el sur de Italia y España, principalmente en Cataluña, en la que tuvo una importante participación en la defensa de la República.

En Argentina tuvo una gran inserción a principios del siglo XX, con la Federación Obrera (FORA), fuerte en los sindicatos de panaderos y en el de trabajadores portuarios, entre otros, y tuvo, durante muchos años, el periódico “La Protesta”. Tuvo mucha influencia también en los levantamientos de los obreros rurales en la Patagonia en 1921.

A partir de 1920 en la Europa occidental, industrializada, apareció el “anarco-sindicalismo”, que se separa del anarco-comunismo de Kropotkin El primero pretendía alcanzar la revolución mediante la acción sindical: sabotajes, huelgas, ocupación de fábricas y, como arma preferida, la huelga general revolucionaria.

El punto común de las distintas corrientes anarquistas fue su anticapitalismo, con la mayoría declarándose “socialistas libertarios”. Como organización política importante prácticamente desapareció a partir de la Segunda Guerra Mundial, pero sus ideas reaparecen periódicamente, explícita o implícitamente, en movimientos como el mayo francés de 1968 (el lema “prohibido prohibir” es típicamente libertario) y tiene influencia en las concepciones de muchos intelectuales, como Noam Chomsky o, en Argentina, de Osvaldo Bayer y Ernesto Sábato.

El componente “capitalista”

La ideología que acompañó el origen y desarrollo del capitalismo es el liberalismo, que es la consecuencia directa de la evolución del pensamiento occidental a partir del humanismo del Renacimiento.

Se suele considerar como fecha de nacimiento del liberalismo a la edición del trabajo de John Locke “Segundo tratado del gobierno civil” (1690),

La concepción liberal parte del principio de que existen derechos naturales inherentes a la persona humana, que son anteriores y superiores a toda organización social: son los derechos a la vida, a la libertad, a la propiedad, que son inalienables y que hacen a la esencia misma del ser humano.  A este ideal liberal le debemos, en gran parte, la vigencia actual y mundial de los derechos humanos.

En el plano político, Locke supone que inicialmente el hombre vivía en absoluta libertad con el uso irrestricto de sus derechos naturales y que, para resguardarlos, constituyó la sociedad civil con un gobierno en el que delegó expresamente parte de sus poderes. Pero aquellos poderes no delegados continúan siguen siendo de los individuos, por lo que el estado no puede avanzar sobre ellos. Es más, el hombre tiene el derecho a rebelarse contra el estado si este pretende avanzar por encima de los límites de las facultades delegadas y, de esta forma, se vuelve tiránico.

Los primeros liberales, Voltaire en particular, sostenían que el egoísmo es el motor de la conducta humana; eran individualistas, dando prioridad a la defensa de los derechos personales como la libertad personal (que sólo debía ser restringida para conservarla), la seguridad y la propiedad. En general desconfiaban de las masas, que consideraban como incultas, por lo que estaban alejados del ideal democrático.

Por su parte, la democracia moderna tiene su origen teórico en Rousseau (1712-1778) que en su obra “El contrato social”, al igual que Locke, supone la existencia de un estado natural original donde, a diferencia es este último, allí existía  la igualdad y no se conocía a la propiedad privada; este estado idílico se rompió cuando algunos pretendieron apoderarse de bienes; entonces los hombres, en defensa de sus derechos, hicieron un contrato social por el cual se sometieron a las decisiones colectivas tomadas por mayoría.  Es decir, para los liberales el hombre mantiene todos los derechos no delegados expresamente y ninguna decisión mayoritaria puede afectarlos; para Rousseau, por el contrario, la soberanía, que es indivisible, ha sido delegada en la sociedad civil y el hombre debe acatar las decisiones mayoritarias, aunque vayan en contra de sus intereses.

El divorcio inicial entre liberalismo y democracia se puede confirmar leyendo la historia de nuestro país. Los hombres que hicieron la Argentina moderna en la segunda mitad del siglo XIX eran profundamente liberales pero nada democráticos. Por ejemplo, en la elección de Sarmiento como presidente, sobre doscientos mil habitantes que tenía Buenos Aires votaron unos quinientos

El liberalismo económico es contemporáneo al liberalismo filosófico y al político y, en general, sostenidos por los mismos pensadores. Pero no son lo mismo.

El liberalismo económico nace en Francia con los fisiócratas y se consolida en Inglaterra con Adam Smith (su obra, conocida como “La riqueza de las naciones” es casi un siglo posterior a la de Locke). La idea básica es que existen leyes naturales que rigen la producción y distribución de los bienes, que los hombres –cada uno en su egoísmo individual buscando su propio interés- logran la óptima asignación de los recursos, por lo que el estado debe abstenerse de intervenir. Es la frase famosa de los fisiócratas “dejad hacer, dejad pasar, el mundo camina solo” o el concepto de “la mano invisible” que gobierna las relaciones sociales de producción, según Adam Smith.

El liberalismo económico fue el paradigma dominante en la economía política hasta la crisis del 2029, de la que no encontró explicación satisfactoria ni logró dar las propuestas de solución que reclamaban los gobernantes. A partir de fines de los años ‘30 fue reemplazado por el paradigma keynesiano, que tuvo enorme éxito luego de la segunda guerra, dando lugar al llamado “período de oro de capitalismo occidental” (1945-1975 aproximadamente).

En los años ’70 del siglo pasado se produjo la crisis del petróleo, dando lugar a una nueva etapa en la historia económica de occidente: el capitalismo industrial y productivo, con elevada tasa de crecimiento económico y de los ingresos del trabajo y del capital, se pasó a un capitalismo financiero, especulativo, globalizado y dominado por las grandes empresas trasnacionales.

El capital quería libertad de movimientos y la intervención de los distintos estados y las reglamentaciones nacionales del período anterior molestaban. Los estados fueron acusados de ineficacias, de impedir el crecimiento y producir inflación. A falta de otra ideología que reemplazara al paradigma keynesiano, se recurrió al viejo liberalismo económico de Smith, denominándolo ahora como “neoliberalismo”.

Así como en el siglo XX el liberalismo político confluyó con el ideal democrático, el nuevo liberalismo económico se separó del filosófico y político. Para imponer la llamada “libertad económica” no tuvieron inconvenientes en avasallar la democracia y los derechos humanos sostenidos por los principios liberales. Pruebas al canto: en el cono sur de América, el Chile de Pinochet y la Argentina de Videla y Martínez de Hoz fueron ejemplos de liberalismo económico puro, pero nada del otro.

Por el contrario, rompe con la tradición del pensamiento occidental que se remonta a la Ilustración, el de la racionalidad, el de la igualdad, libertad y fraternidad, el del ideario democrático, para caer en la irracionalidad, el individualismo y la meritocracia.

Para el neoliberalismo el mercado es el asignador óptimo de los recursos y las fuerzas externas (estado, sindicatos, asociación d empresarios) debe abstenerse de intervenir. Es decir, reduce al mínimo la intervención estatal y procura bajar los impuestos para facilitar las inversiones y hacer posible el efecto “derrame” de las mismas. Las funciones esenciales del estado son mantener el orden y asegurar la justicia.

El anarco-capitalismo lleva al extremo esta línea de pensamiento, pensando que estas funciones, así como las obras necesarias para la comunidad, pueden ser ejercidas por ella misma, eliminando al estado. Presentado así sería el ala extrema del neoliberalismo.

El anarco-capitalismo

El término anarco-capitalista aparece en Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX, y su creador o “inventor” es el economista norteamericano Murray Rothbard, que en 1971 fue cofundador del Partido Libertario. Rothbard fundamenta su exposición en dos principios: 1- la propiedad de sí mismo, que se extiende a los bienes; y 2- el principio de no agresión a personas ni bienes. Procura maximizar la libertad individual.

Siguiendo a sus principios (“todos los derechos son formas de propiedad”) llegó a legitimar el trabajo infantil y se podría legalizar la venta de órganos humanos.

Tanto Rothbard como Javier Milei se autoproclaman seguidores de la escuela austriaca de economía, que forma parte del liberalismo económico; esta escuela, nacida en Viena a fines del siglo XIX y que es una de las corrientes creadoras del marginalismo en economía, parte del individualismo metodológico y se presenta como la teoría del libre mercado, y en cuyos modelos no aparece (ni se necesita) al estado. Son sus principales exponentes Ludwic von Mises, que tuvo una famosa polémica en los años 1920 en la que sostuvo la imposibilidad del cálculo económico en el socialismo, y Friedich von Hayek (premio Nobel de economía de 1974) con su libro “Camino de servidumbre”. Rothbard fue alumno de von Mises.

Ni Rothbard ni otros autores de ese grupo lograron mayor trascendencia, mientras que Javier Milei es el primero en alcanzar una posición de poder.

Las libertades que le interesan son la “libertad de mercado” o la “libertad de empresas”, que lleva implícita la libertad de explotación a otro ser humano, en particular del trabajo infantil, la libertad de desforestar la selva y talar bosque nativos para sembrar soja y la libertad de contaminar ríos y mares, que van a matar la vida en la tierra; es la libertad que permite a los monopolios fijar precios exorbitantes, para  obtener así enormes ganancias sin tener en cuenta el bien común, incluido lo que se hace con el ecosistema y las instituciones democráticas.

Esas libertades, como decía Karl Polanyi, entran en colisión con las buenas libertades, que interesaban a los antiguos libertarios, que son la libertad de conciencia, la libertad de expresión, la libertad de reunión, la libertad de asociación, la libertad de elegir el trabajo, libertades que se extinguen finalmente por la primacía de las malas

En nombre de la eficiencia se asimila la conducción de la sociedad a la administración de una empresa, despreciándose al ideal democrático; sumando a esto al avance del pensamiento extremista de derecha en el mundo, en particular de la xenofobia, el anarco-capitalismo puede ser la incubadora que facilite el desarrollo del huevo de la serpiente del neofascismo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *