Vamos las bandas

Vamos las bandas

Juan Pablo Bohoslavsky, Francisco Cantamutto, Martín Schorr | 

Como en muchas ocasiones (la última en 2018), el FMI salió al rescate de un gobierno neoliberal en la Argentina, en esta ocasión el conducido por Javier Milei y las “fuerzas del cielo” de La Libertad Avanza (LLA). En lo inmediato, esto ha implicado el desembolso de 12 mil millones de dólares (el 60% del monto total acordado), que será ampliado con la asistencia financiera de otros organismos internacionales (BID, Banco Mundial). Este blindaje, a la manera del anunciado en el año 2000, vino acompañado del anuncio de menores controles cambiarios (desarme parcial del “cepo”) y una devaluación del peso.

En estas líneas proponemos algunas claves interpretativas de lo sucedido y de los posibles escenarios por venir.

Nada de “fase 3”: salvataje a un gobierno a tiro de una devaluación y/o un default

Lo que fue presentado ante la opinión pública como la “fase 3” del programa económico no es otra cosa que un rescate gigantesco que, obviamente, pesará sobre las espaldas del pueblo argentino. Un rescate a un gobierno que, cegado por un dogmatismo visceral, se había auto-infringido una crisis aguda en el sector externo (falta de dólares para sostener su esquema).

No puede minimizarse el hecho de que el gobierno negó durante meses esta situación, vilipendiando a quienes se lo marcaban, y terminó reconociendo que el régimen cambiario no daba para más. A pesar de las fotos de fiesta y el tono asertivo, el gobierno tuvo una nueva derrota conceptual con el anuncio. Así como el escándalo de $LIBRA, hoy investigado en el Congreso y la Justicia, estos eventos producen efectos sobre la credibilidad del gobierno que LLA trata de compensar con gestos grandilocuentes que no alcanzan a disimular la realidad.

La falta de dólares suficientes para sostener el valor del peso (el oficial y el financiero) llega a pesar de que durante 2024 el gobierno disfrutó de la holgura resultante del superávit comercial, la emisión de deuda externa privada, y el ingreso de capitales que se beneficiaron con un blanqueo inédito (por lo concesivo con los no declarantes de los capitales en cuestión).

Sin embargo, en poco tiempo esos recursos se esfumaron por varios carriles, entre los que se destacan: los pagos de una deuda externa impagable sin que se sacrifiquen los derechos de las mayorías, la garantía estatal de un dólar extremadamente bajo para usos improductivos (como financiar viajes al exterior de sectores medios y altos), un festival de importaciones con repercusiones negativas sobre la economía y el empleo, así como el manejo del tipo de cambio como “ancla” inflacionaria en conjunción con un ajuste profundamente regresivo.

A todos estos factores habría que agregar la presión dolarizadora de los fondos financieros que usufructuaron una bicicleta financiera fabulosa (el carry trade). Aunque el gobierno no pudo colocar deuda en el mercado internacional, sí logró que actores locales (bancos, fondos, grandes empresas) ingresaran sus dólares para comprar títulos públicos con tasas de interés elevadas que garantizaban grandes ganancias en dólares. El problema de este esquema es que se juega en la credibilidad de que al momento de terminar la pedaleada en pesos se pueda volver a dólares. Si en el medio hay devaluación, se pierde la ganancia. Si el gobierno mostraba que dilapidaba dólares para sostener el esquema, quedándose con escaso poder de fuego, se volvía lógico irse antes que reviente. Y es lo que hicieron. Desde principio de año, la presión se hizo cada vez más fuerte y explícita ante la evidencia de que se avecinaba un fin de ciclo que terminaría por recortar en mayor o menor grado las pingües ganancias obtenidas en un pedaleo promovido por la política económica. Tras tres meses de salidas aceleradas de dólares, el gobierno tuvo que apurar el pedido de auxilio para un esquema económico que, decía, estaba brillando por su éxito. Un raro éxito que consiste en pedir auxilio.

Un salvataje más de Estados Unidos que del FMI

El rescate al gobierno de Milei fue impulsado por el de EE.UU. Sin ese apoyo fundamental, difícilmente se hubiera concretado la asistencia del FMI y los demás organismos. Se trata de una decisión del gobierno de Trump que debe ser enmarcada en la guerra económica y comercial que le ha declarado a múltiples países, en especial a China. Este conflicto ya ha ocasionado tembladerales considerables en el mundo, como a principios de abril cuando se desplomaron las bolsas de Estados Unidos, Japón y Europa.

En su búsqueda denodada por no seguir perdiendo terreno frente a China en una diversidad de frentes (comerciales, financieros, industriales, científicos, tecnológicos), uno de los ejes priorizados por la administración republicana es fortalecerse a nivel del continente americano reactualizando el viejo principio de “América para los americanos”. Para ello buscará por todos los medios apuntalar a gobiernos que practiquen cipayismo explícito, con el de LLA a la cabeza. Máxime cuando la región vive la vigencia de numerosos gobiernos con retórica nacional y popular (Brasil, México, Colombia, Chile, Bolivia, Uruguay, Venezuela). También presionará para que los países de la región rompan sus lazos comerciales y financieros con China. En esta última clave cabe leer la pasada visita del Secretario del Tesoro estadounidense y su presión para que Argentina se desligue de los acuerdos financieros (swap) con China.

Frente a la estrategia priorizada por lo que a todas luces es una potencia internacional en retroceso (hace décadas), el cipayismo explícito del gobierno de Milei se ha venido expresando de diversas maneras. Algunas realmente patéticas, como los viajes recurrentes del presidente a EE.UU. a sacarse selfies con personalidades que orbitan a Trump o a recibir premios inclasificables. Otras más estructurales, como el anuncio reciente de que se buscará celebrar un acuerdo de libre comercio con la potencia continental.

Se trata de una apuesta que, de concretarse, resultaría muy perjudicial para Argentina: basta tener en mente los efectos sumamente nefastos para México de su acuerdo de libre comercio con EE.UU., en materia productiva, laboral, salarial y distributiva. Y que desconoce un dato contundente: la creciente centralidad de China en el comercio exterior con países latinoamericanos, con cuya mayoría mantiene relaciones de complementación, no de competencia. Abrirse a la economía estadounidense en este contexto expone a la Argentina a mayor inestabilidad; si en general un estornudo allá se vuelve cataclismo acá (como en 2018), podemos imaginar qué pasaría acá si se desatara una pulmonía en el Norte.

Las bandas cambiarias, los intereses en disputa y el desfiladero estrecho

Un componente central del salvataje pasa por la modificación de la política cambiaria: el sistema que venía funcionando (denominado crawling peg), que consistía en devaluaciones controladas del 2% y luego el 1%, es suplantado por otro de bandas de flotación. Con el nuevo esquema, el tipo de cambio oscilará entre 1.000 y 1.400 pesos por dólar. Se trata de un margen que se irá ajustando en forma periódica, y en el que el Banco Central intervendrá en el mercado como comprador o vendedor según el valor de la cotización se aproxime, respectivamente, al piso o al techo. La implementación del nuevo esquema conllevó una devaluación del peso y, como era previsible, disparó subas de precios de distintos tipos de bienes, con el consecuente impacto negativo sobre los alicaídos ingresos populares.

A pesar de la euforia, el peso se devaluó encareciendo el comercio. No se produjo un salto dada la grandilocuencia de los gestos y los dólares enviados por el Fondo, pero se devaluó. Para el público en general, el de poder adquisitivo medio-alto, que compraba dólares en el MEP, se produjo un fenómeno diferente, porque el dólar ahorro, ahora libre, se acercó al valor oficial, haciéndose más barato. Pero esto es un engañapichanga: crea la ficción de libre acceso para una minoría social con capacidad de ahorro, mientras la economía entera se encarece.

Como parte de su estrategia (cada vez menos exitosa) de contener el proceso inflacionario, el gobierno de Milei aspira a usar los recursos externos para moverse alrededor del piso de la banda (para seguir pagando la deuda externa, estimular el festival de importaciones y ofrecer dólar barato para ahorro o viajes al exterior de personas y familias). Para ello debe, entre otras cosas, evitar que los agentes económicos poderosos dolaricen sus ingresos. No tanto las personas físicas, cuyos ingresos pulverizados ya no tienen tanto poder de correr al dólar, sino los grandes operadores. Una manera de lograrlo fue otorgando a las empresas extranjeras radicadas en el país un bono (que paga intereses) en lugar de divisas para remesar sus ganancias por nuevas inversiones y de ejercicios anteriores. La otra vía pasa por la suba de la tasa de interés, lo que implica un negocio promisorio para el capital financiero y la reedición del carry trade que, en buena medida llevó a la crisis externa que precedió al rescate del FMI. Para ello, habilitó la posibilidad de ingresar fondos para invertir en bonos y títulos a corto plazo:les abrió el juego a los especuladores extranjeros, hasta ahora no presentes y anunció nuevamente un dólar que descenderá de valor, a pesar de que en su semana debut subió.

Se trata de un planteo que tiene numerosos problemas.

Dos malos caminos

En caso de que el gobierno logre su cometido de control del valor del dólar, al frenar la salida y promover el ingreso de nuevos capitales especulativos, puede traer algún nivel de estabilidad de precios en los siguientes meses. Esto después que abril y mayo vayan a dar mayor inflación, tal como marzo. La intención es que vuelva a bajar desde ahí, aprovechando que no tuvo un “salto” como ocurriera al inicio del mandato. Pero si esto pasa, la situación se volverá cada vez más costosa. Primero, porque en ese caso, el gobierno podrá avanzar con la agenda de reformas que le pide el FMI, entre otros puntos: reforma laboral, previsional y tributaria, privatizaciones, reducción de salarios. De la estabilidad precaria no se deriva ningún beneficio para las vidas de las mayorías.

Segundo, porque este valor del tipo de cambio va a frenar decisiones de inversión productiva dados los elevados costos financieros, así como limitar el acceso a crédito de consumo: por ambas vías, tendrá un impacto negativo sobre la actividad económica, con el consecuente impacto en materia laboral.

Tercero, ese tipo de cambio bajo incentiva mayores importaciones y menores exportaciones (en el inicio del nuevo esquema, los exportadores han perdido margen de rentabilidad), incrementando la inconsistencia externa: a mayor déficit comercial, mayor desequilibrio externo, mayor necesidad de dólares, mayores concesiones al capital financiero (interés), mayor expectativa de crisis… volvemos al escenario de marzo, pero con más deuda. La inflación de abril/mayo va a impactar con un dólar atrasado. Con ese valor de peso/dólar, y con precios internacionales bajos, muchas inversiones exportadoras dejan de ser atractivas.

Cuarto, en caso de contener el valor del dólar cerca del piso, se dará una mayor presión por acumular reservas (pedido del FMI) y para reembolsar la deuda del swap con China (pedido de Estados Unidos), que trae aparejadas tensiones diplomáticas con este país, un mercado central para las exportaciones argentinas. La estabilidad relativa traerá un elevado costo y pocas perspectivas de sostenibilidad. Si se espera para después de las elecciones de octubre, un nuevo episodio de crisis, lo más probable es que los capitales que apuesten de nuevo a la bicicleta, traten de huir antes…

¿Qué pasa si en lugar de “salirle bien” al gobierno, el tipo de cambio oficial se acerca al techo de la banda? Este escenario lo conocemos mejor, y es en muchos sentidos parecido al de 2018: corrida cambiaria, devaluación, y un nuevo desmadre inflacionario que impactaría sobre casi el único “activo” que el gobierno celebra en lo económico (cierta desaceleración de precios). Esto liquidaría los ingresos populares. El gobierno tiene capacidad de “defender” la banda superior por un tiempo, pero recordemos que a Macri le dieron más fondos que ahora y no alcanzó. Milei llega desesperado al FMI antes de las elecciones, con un Congreso que ya parece haberle cortado la canilla libre (el Senado le reprobó los jueces y Diputados abrió la comisión $LIBRA); a diferencia de Macri que lo hizo después de ganar y con un Congreso favorable. Si el escenario se vuelve similar a 2018, ¿alguien recuerda que vinieran grandes inversiones en ese momento? El país se encuentra atrapado en una estafa gigantesca.

Las fuerzas del cielo y sus bandas nos mandan al subsuelo

El gobierno ultraortodoxo de Milei planteó un esquema insostenible desde el inicio. Tras realizar un ajuste fiscal extremo, pasando por encima los derechos humanos de la población, se jactó por meses de haber encontrado un rumbo ideal, pero se encontró con los límites de su propuesta. Al recurrir al FMI por un nuevo acuerdo, declaró la bancarrota conceptual de su propuesta, entregándose a la dirección del Fondo. Que por supuesto, pidió más ajuste y reformas estructurales contrarias a la garantía de los derechos. Así, nos enfrentamos a una situación incierta, no solo por la dinámica especulativa de corto plazo, sino por un escenario internacional de elevada volatilidad, asociada a un conflicto entre potencias que tiene a la Argentina en su tablero. El campo popular, el progresismo, las izquierdas no tienen partido que tomar en torno a los escenarios que abre el gobierno, porque ambos están destinados al fracaso en el mediano plazo, liquidando las condiciones de vida del pueblo argentino.


Foto: Thomas Trutschel/photothek/picture alliance

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