China en un mundo bipolar

China en un mundo bipolar

Humberto Zambón |

Desde el fin de la Segunda Guerra y hasta los años ’80 del siglo pasado el mundo se caracterizó por el enfrentamiento del bloque encabezado por Estados Unidos con el bloque soviético. A fines de esa década, ante la implosión de la Unión Soviética y la crisis de la Europa Oriental, parecía muy claro que la hegemonía mundial se concentraba en Estados Unidos y en el modo de producción capitalista del que era centro. Un mundo unipolar reemplazaba al bipolar anterior. Fue la época en que Francis Fukuyama dio a conocer la rápidamente popular tesis de que la historia, como lucha de ideologías, había terminado y comenzaba una nueva era basada en el capitalismo y la democracia liberal. Fue la época del neoliberalismo como única verdad.

Pero el “fin de la historia” de Fukuyama no fue más que una ilusión que duró muy poco. Ya para el cambio de siglo era evidente que China surgía como competidor directo de Estados Unidos en la búsqueda de la primacía mundial, que los intereses de la Unión Europea (liderados por Alemania) no siempre eran coincidentes con los de Estados Unidos, que los pueblos de la periferia no siempre estaban de acuerdo con la subordinación a los que se les condenaba y que resurgía Rusia de las cenizas del régimen anterior. El anuncio de la creación del BRICs (Brasil, Rusia, India y China, los países no desarrollados más grandes) fue un símbolo de la nueva época. Era el anuncio de un mundo multipolar o, al menos, bipolar.

China, con una tasa de crecimiento de su producto entre dos y tres veces la norteamericana, fue paulatinamente eliminando la brecha de riqueza que los separaba. En el cuadro adjunto se puede ver como el producto chino (medido según el poder de compra) pasó de representar el 2,3% del producto mundial (1980) al 18,2% mientras que Estados Unidos en ese lapso bajaba del 21,7% al 15,8%.

En la actualidad, medido en dólares corrientes, el PBI de China alcanza los 14,7 billones de dólares y el de Estados Unidos 20,9 billones (2020), aunque, medidos por su poder adquisitivo, hace años que el producto chino es mayor que el norteamericano: 25,3 billones frente a los 19,5 de este último (2020). Claro que los chinos son 1.400 millones mientras que los norteamericanos son 335 millones, razón por la cual el producto per cápita es muy superior en Estados Unidos: (medidos en dólares corrientes) 63.424 contra 10.516 (6 veces superior).

Por nuestra cultura eurocentrista, para gran parte del público argentino uno de los protagonistas de esta historia, China, resulta casi una desconocida. Como dice Julio Godio en el libro “El futuro de una ilusión”, para entenderla es necesario comenzar por su historia, la de un pueblo que durante milenios de desarrollo social y cultural conformara una gran civilización. Por ejemplo, el papel, la pólvora y la brújula son algunos de los adelantos fundamentales que nos legaron. Por esa razón pensamos que podría ser útil hacer, en unas pocas páginas una síntesis muy esquemática de esa historia.

PARTICIPACIÓN EN EL PBI MUNDIAL

(Paridad en el poder de compra)

  1980 1990 2000 2010 2017
China 2,3%   4,1% 7,4% 13,9% 18,2%
Estados Unidos  21,7% 21,9% 20,6% 16,7% 15,8%

Datos del FMI, oct. 2018

En dólares corrientes EEUU 24,8% Y China 15% (2017)

                                         

I- SU IDEOLOGÍA TRADICIONAL

Hace aproximadamente 9.000 años, en forma casi simultánea y posiblemente impulsado por el cambio climático, comenzó a orilla de ríos muy distantes la llamada revolución neolítica: los humanos dejaron de ser nómades para pasar a ser sedentarios, domesticando plantas (especialmente cereales o similares) y animales. Se dio en el Tigris y Éufrates de la Mesopotamia, en el Nilo, el Indo (y luego en el Ganges) y, en China, a orillas del Río Amarillo. También en América Central y en la región andina de Sudamérica.

En torno al desarrollo agrícola y ganadero, el pueblo chino se organizó en clanes y luego reinos distintos de carácter feudal, hasta que alrededor del año 220 AC uno de los señores, luego del período conocido como de “los reinos combatientes” (480 AC-220 AC) logró unificar el país dando origen a la dinastía Qin. Quiere decir que China, como estado unificado, tiene una continuidad histórica de unos 2200 años.  En ese momento estaba avanzada la canalización entre los ríos Amarillo y Yangtse, lo que dio lugar a una agricultura muy productiva, con uso racional del agua y la fertilización de los suelos, intensiva en el uso de la mano de obra. Como dice el profesor Jorge Molinero (“El sistema político chino”, Revista “Realidad Económica”, 13-1-21) este sistema productivo requiere de un estado centralizado y fuerte y de una población solidaria y dispuesta a colaborar, lo que explica características de su cultura. En ese escenario se desarrollaron las principales ideologías chinas: el taoísmo, originado en el pensamiento de Laozi (Lao Tse para la grafía inglesa) y el confucionismo, ambas a partir del siglo VI A. C.

El Taoismo: Laozi distinguía dos aspectos del Tao; está el Tao Eterno, la fuerza creadora del cielo y de la tierra, que es incognoscible e indescriptible y que trasciende a la capacidad de compresión humana y por otro lado está el Tao como se manifiesta en la realidad empírica. Aquí no existe lo inmutable, lo estático, sino que todo está cambiando continuamente, en un fluir infinito donde la realidad es la unidad de contrarios, que permite una realidad armónica. El taoísmo absorbió las ideas de una escuela precedente, la del yin y el yang, cuyo principio filosófico es la existencia de dos fuerzas opuestas pero complementarias que son esenciales en el universo: el yin, asociado a lo femenino, la oscuridad, la pasividad y la tierra; y el yang, vinculado a lo masculino, la luz, lo activo y el cielo; ambas energías son necesarias para mantener el equilibrio universal.

Como se puede ver, el taoísmo, más que una religión, es una filosofía agnóstica con una explicación dialéctica de la realidad.

Aquí cabe una digresión: En el pensamiento occidental, que se origina en la Grecia antigua, estuvo Heráclito que (en forma similar al taoísmo) entendía que la realidad es una unidad de contrarios que se manifiesta como flujo cambiante en el tiempo (“nadie se baña dos veces en el mismo río” es su cita más conocida), y también Parménides, para quien la idea es una unidad, que no admite contradicciones en su seno, y que permanece inmutable. Algo es o no es, sin tercera posibilidad. O es bueno o no-bueno; lindo o no-lindo. El pensamiento de Parménides predominó, dio lugar a la lógica aristotélica y marcó el carácter binario de nuestro pensamiento. La lógica aristotélica es correcta si no se toma en cuenta al tiempo. Pero el tiempo es un factor esencial e inseparable de la realidad. Por eso el filósofo Hegel, volviendo a Heráclito, creó al pensamiento dialéctico que siguieron sus discípulos y continuadores, entre ellos Carlos Marx (lo que se conoce como materialismo dialéctico). La similitud metodológica entre este último y el pensamiento tradicional chino posiblemente sea uno de los factores que explican la rápida aceptación y difusión de sus análisis sobre la historia y la sociedad en la China del siglo XX.

El Confucionismo: reconoce como origen al pensamiento de Kong Fuzi (551 AC-479 AC), que los jesuitas tradujeron como Confucio y es el nombre con que se le conoce en occidente. Así como el taoísmo se centra en la relación armónica del hombre con la naturaleza y las cosas, el confucionismo pone el acento en la ética y en la relación con otros hombres, es decir, en la organización social y política. Busca la armonía y promueve al estudio y la meditación (“la sabiduría es la más importante de las virtudes humanas”). Para el ciudadano las principales virtudes son la solidaridad, caridad, justicia y respeto a las jerarquías, al poder y a los mayores; por su parte el príncipe, que debe dar ejemplo de bondad y honestidad, debe ser justo y velar por la felicidad del pueblo. En el artículo “Un enfoque confuciano de los derechos humanos” de la Revista de la UNESCO (4-2018) se cita a una obra clásica, “El libro de la historia”: “El cielo ve cómo ve nuestro pueblo… lo que el pueblo desea, el cielo se lo otorga” “El cielo ama a su pueblo y el soberano debe obedecer al cielo”. Cuando un soberano no gobierna para bien del pueblo, este tiene derecho a rebelarse y destronarlo.

El confucianismo y el taoísmo son pensamientos filosóficos que pueden coexistir con cualquier ideología y religión; por ejemplo, las ideas religiosas primitivas basadas en el culto a los antepasados o con el budismo, traído de la India y que se desarrolló en China a partir del siglo VI D.C.  Otro ejemplo: Mao Zedong (Mao Tse Thung en la grafía inglesa) se consideraba seguidor del mohismo, una escuela racionalista creada por Mozi (Siglo V A.C.), discípulo de Confucio, que predica el amor universal y establece que el criterio para juzgar a una doctrina es el bien que hace al pueblo.

II- EL IMPERIO

China es una civilización muy antigua que presenta una gran continuidad. Desarrollaron una escritura ideográfica (un signo para cada idea, distinta a la nuestra, fonética, en la que los signos representan sonidos) y hay escritos de 3.500 años atrás. Tiene gran similitud con la historia del Egipto antiguo: ambas civilizaciones fueron agrarias y dependían del uso del agua, lo que exigió gobiernos centralizados y fuertes; como en Egipto antiguo, la historia se divide en dinastías; según Jorge Molinero (“Tiempos chinos”, IADE, 2019) desde 2100 AC y hasta 1912 se sucedieron 18.

No fue una historia uniforme ni tranquila, sino que, como la de todos los pueblos, tuvo períodos de auge y de decadencia, de luchas intestinas, sustitución más o menos violenta de gobernantes, secesiones e invasiones extranjeras, mientras fue acumulando adelantos científicos (por ejemplo, en medicina la acupuntura), artísticos y grandes invenciones, como la pólvora, el papel, la xilografía, la brújula, el sismógrafo e, inclusive, los fideos, que Marco Polo en el siglo XIII llevó a Italia y dio lugar a la “pasta”, su actualmente considerada comida tradicional, además de obras de ingeniería como la Gran Muralla, los diques y canales que irrigaban su vasto territorio. Una idea de su potencialidad lo da el hecho que, de los 20 siglos de nuestra era, durante 18 (el 90% de ese tiempo) fue la civilización más adelantada y la mayor economía del mundo; inclusive, a principios del siglo XIX, comienzos de la revolución industrial en Gran Bretaña, su producto bruto (medido en poder adquisitivo) se calcula en el 30% del mundial, muy por encima de toda Europa o de Estados Unidos.

Las principales dinastías que se fueron sucediendo fueron QUIN (221-206 AC), HAN (206 AC-210 DC), TANG (618-907 D. C.), SONG (960-1271), YUAN (1271-1368), MING (1368-1644) y QUING (1649-1912).

La QUING fue la última dinastía imperial. Proveniente de Manchuria, Incorpora territorialmente a Taiwán, el Tíbet y Mongolia. En el siglo XIX, con ella dinastía se inicia un período de decadencia y humillación ante el extranjero que tuvo como acontecimientos dos Guerras del Opio (1839-1842 y 1856-1860) y la Guerra chino-japonesa (1894-1895).

La posterior Rebelión de los boxers (1898-1901), motivada por las sucesivas humillaciones ante el extranjero y frente una sequía, estalla una gran rebelión popular xenófoba, que decía apoyar al emperador contra los extranjeros y, en especial, contra los misioneros cristianos; los chinos la denominaron “puños justos y armoniosos” mientras que los ingleses, debido a que muchos de los rebeldes eran cultores del arte marcial, que ellos llamaban “box chino”, la denominaron de los boxers (boxeadores), que es como se la conoce en occidente. Ocho naciones (Gran Bretaña, Francia, Alemania, Imperio Austro-húngaro, Estados Unidos, Italia, Japón y Rusia) declararon la guerra; formaron un ejército de 20.000 hombres que vencieron al ejército imperial y ocuparon Pekín. Hubo gran cantidad de ejecuciones y China fue conminada a pagar fuertes indemnizaciones previstas por 39 años.

China, si bien mantuvo la independencia formal, fue de hecho dividida en zonas de influencia: Francia al sudeste, Gran Bretaña y Alemania en el centro y Japón y Rusia en el norte. Como dijo Sun Yat-sen: “China es una hipercolonia” (colonia no formal bajo la dominación extranjera).

Estos acontecimientos, más un profundo descontento popular por las hambrunas y crisis económica que motivó diversas rebeliones (como la de Taiping -1851-1864- contra la dinastía manchú que causó millones de muertos), produjeron el descredito de la monarquía y, finalmente, la declaración de la república en 1912.

III- LA REPÚBLICA

El principal ideólogo republicano fue Sun Yat-sen, que aún hoy figura en el panteón de los héroes históricos venerados en China. Ya en 1895 encabezó en Cantón una rebelión contra la dinastía Qing que fracasó, por lo que debió exilarse en Estados Unidos, Europa y, finalmente, en el Japón. Allí creó el Partido Nacional y Popular, conocido como Koumintang (KMT).

En octubre de 1911 comenzó en el sur chino una rebelión. Como consecuencia de la misma los mandos militares del ejército imperial exigieron la modernización del régimen, con el establecimiento de un sistema parlamentario y un primer ministro para ejercer el gobierno efectivo. El emperador debió aceptar y se designó primer ministro a Yuan Shikai.

Entre tanto, con Sun Yat-sen vuelto del exilio, el 30 de diciembre de 1911 en Nankín se proclamó la república, con Sun como primer presidente. De inmediato se buscó la modernización e integración al resto del mundo, abandonándose el calendario lunar tradicional, con semana de 10 días, adoptando el calendario solar actual.

Como el poder militar estaba en el norte, en manos de Yuan Shikai, Sun le ofreció a éste la presidencia a cambio de terminar con el imperio; acordado esto, el 12 de febrero de 1912 el último emperador abdicó.

La capital siguió en Pekín y, de común acuerdo, se resolvió el llamado a elecciones parlamentarias para, a posteriori, designar al presidente definitivo. La primera elección parlamentaria se realizó en el año 1913, con el triunfo del KMT que obtuvo casi la mitad de las bancas en diputados y senadores. Pero Yuan no estaba dispuesto a dejar el poder y, con la fuerza militar, se hizo designar por el parlamento como presidente por cinco años; luego ordenó la disolución del KMT y la expulsión de sus representantes en el parlamento. A fines del 1913 Sun partió a un nuevo exilio, en Japón.

Yuan se convirtió en un dictador y a partir del 1 de enero de 1916 pretendió restablecer el imperio, haciéndose nombrar como primer emperador de una nueva dinastía. Esto fue muy resistido, con grandes protestas, y Yuan fue abandonado por sus propios socios, debiendo anular nuevamente la monarquía (marzo de 1916). Murió, fracasado y enfermo, pocos meses después.

A raíz de estos hechos el país entró en un período de anarquía y fragmentación, con la república controlando sólo una pequeña zona con centro en Pekín. En el resto, cada uno de los jefes militares se convirtió de hecho en gobierno de sus respectivas zonas, con el control administrativo y la recaudación de impuestos. Fue el período conocido como de “los señores de la guerra”.

En 1921 se creó el Partido Comunista (PCCh), aliado al KMT (recientemente se celebró, con grandes actos, su centenario). Poco después, en 1925, el KMT y sus aliados se hicieron del poder en Cantón con el apoyo de la Unión Soviética y, también en ese año, murió Sun Yat-sen y lo sucedió, al mando del KMT, Chiang Kai-shek.

Debido a las fragmentaciones y enfrentamientos, la economía china colapsó, con una profunda crisis entre 1927 y 1928. En estas circunstancias Chiang rompió con sus socios del PCCh y ordenó la matanza de Shanghai (marzo 1927) donde murieron una gran cantidad de dirigentes políticos y sindicales y muchos militantes (se calcula en 5.000 los muertos); es el antecedente de una larga y cruenta guerra civil. A continuación, Chiang, con sus tropas, avanzó hacia el norte, ocupó Nankin (abril de 1927) y al año siguiente venció a la república de Pekín. Continuó luchando simultáneamente contra los “señores de la guerra” (a los que terminó de vencer para el año 1937) y contra los comunistas.

Por su parte, los comunistas, a partir de 1927, sufrieron por muchos años las consecuencias de la matanza de Shanghai. En 1934 se consolidó el mando de Mao Zedong (Mao Tse Tung en la grafía inglesa) y comenzó la mítica “gran marcha” encabezada por él: fueron 12.500 km recorridos en 375 días; marcharon en sentido horario primero hacia el oeste, luego al norte y, finalmente al este, para culminar el 20 de octubre de 1935 en una zona controlada por la guerrilla comunista en el norte del país.

En 1937, en el marco de la segunda guerra mundial, se produjo la invasión japonesa en gran escala. Este hecho obligó a la suspensión de la guerra civil, ya que ambas fracciones resistieron al invasor. Los japoneses se hicieron fuertes en Manchuria, donde desarrollaron la extracción de hierro, la generación de electricidad y la producción de cemento. Hasta el fin de la guerra (en 1945, con la rendición incondicional de Japón, luego de las dos bombas atómicas) las tropas de ocupación sufrieron el hostigamiento de la guerrilla comunista y de los nacionalistas del KMT.

Terminada la invasión se reinició la guerra civil que duró desde 1945 hasta 1949. Hay que tener en cuenta que la población china estaba compuesta por un 92% de campesinos y tanto la gran mayoría de ellos como las masas urbanas estaban empobrecidas y explotadas. La economía era predominantemente agrícola, con un sistema cuasi-feudal que imponía gravámenes, incluyendo los impuestos a la agricultura, que alcanzaban entre el 50 y el 60% del producto total.  La estratificación social del campo estaba constituida por un 10% de la población rural de grandes terratenientes, que percibían la renta por la producción agrícola, y aldeanos ricos, que explotaban la tierra con asalariados; entre ambos poseían el 70% de la tierra laborable; un segundo sector, que representaba el 20% de la población, estaba formado por los aldeanos de clase media propietarios de su propia tierra (un 20% de la tierra total) y, finalmente, el 70% restante eran aldeanos pobres y campesinos sin tierra, cuyas posesiones representaban el 10% de la tierra total.

Mao se convirtió en el intérprete y líder de esa masa campesina mientras que el KMT, apoyado por los campesinos ricos, pretendía mantener sin modificaciones una organización socio-económica del campo que resultaba insostenible.

Stalin, al frente de la Unión Soviética, que en los años ’30 había tenido un enfrentamiento con Mao, que terminó en ruptura, apoyó a Chiang Kai-shek; inclusive, cuenta Hobsbawm en su “Historia del siglo XX”, en 1949, al retirarse Chiang de Nanking (la capital) hacia Cantón, en un claro mensaje político, lo acompañó, como único diplomático, el embajador soviético.

En 1949 el vencedor de la guerra civil, Mao Zedong, proclamó la República Popular de China mientras que el vencido, Chiang Kai-shek, con el apoyo de Estados Unidos, se trasladaba a Formosa (Taiwan), la isla que, a raíz de la rendición, los japoneses devolvieron a China, donde se estableció la China nacionalista como continuación de la anterior república.

Durante muchos años las Naciones Unidas y la mayoría de los países reconocieron a ésta como el único gobierno legítimo de toda la China.

IV- MAO Y LA REPÚBLICA POPULAR

En 1949 Mao Zedong, vencedor de la guerra civil, proclamó la República Popular China.

El socialismo de Mao

Su socialismo estaba adaptado a la realidad china, fundamentalmente campesina. Se basaba en esa tradición, gran dosis de sentido común y cultura popular y un conocimiento (según palabras de Hobsbawm) muy limitado y casero de Marx y Engels, recibido a través de las lecturas de Lenín. Nunca había salido de China, lo que explica su visión limitada del mundo, aunque tuvo la enorme virtud de interpretar cabalmente la realidad de su país y el sentir de su pueblo, además de ser –en su vida personal- un ejemplo de austeridad, sencillez y entrega. Entendió claramente el papel que juega el campesinado en el tercer mundo y las condiciones de su participación en la construcción del socialismo. Sin embargo, su socialismo cae en una utopía colectivista basado en la abnegación del individuo y su inmersión en la colectividad (propio del confucionismo pero que resulta contradictorio con la visión humanista de Marx, lo mismo que su criterio de que “en realidad, siempre tiene que haber jefes”). Su actitud política presentó una gran dosis de voluntarismo y de subestimación de la teoría y de los intelectuales: decía que “el dogma es menos útil que el estiércol del caballo”, mientras que recalcaba la originalidad de su revolución respecto a las anteriores: “la revolución socialista que estamos realizando es una revolución nueva; tenemos experiencia sólo en revoluciones democrático-burguesas, no en una revolución socialista” (obsérvese que estaba negando el carácter de socialista a la Unión Soviética, a la que acusó de burocrática; desde la década de los años ’30 había roto con Stalin y este apoyó hasta el fin de la guerra civil a Chiang Kaishek).

La República Popular hasta 1976

Se reunificó el territorio nacional y comenzó la transformación de la propiedad: se encaró una profunda reforma agraria por la cual 46 millones de hectáreas se distribuyeron entre los campesinos, mientras que esa producción agraria, lo mismo que la artesanal, se organizó mediante cooperativas (representaba entre el 70% y 80% de lo producido por ambos sectores); se estatizó a la industria y a las finanzas y se creó un Plan Quinquenal (1953-1957) que puso énfasis en el desarrollo de la industria pesada.

En 1956 comenzó un período de acercamiento con la Unión Soviética, recibiendo ayuda económica y asesores, pero el acuerdo duró solo hasta el año 1959, en que se volvió a romper ideológica y políticamente, con disputas fronterizas durante los años ’60, llegando a un conflicto armado por el río Ussuri en 1969. En ese momento, para China, éste era el principal peligro, razón por la que inició una política de acercamiento a los Estados Unidos (que estaban en plena “guerra fría” con la Unión Soviética) que culminó con el encuentro de Mao y Nixon de 1972; para este año la mayoría de los países del mundo, inclusive Estados Unidos, ya habían reconocido a la República Popular como el gobierno legítimo de China, dejando de lado la ficción que éste era el de la república de Taiwán; el 25-10-1971 también lo hizo la ONU, implicando la expulsión de los anteriores representantes.

En 1958 Mao anunció el Gran salto adelante, que iba a llevar directamente al comunismo. La comuna, de carácter rural, tenía colectivizado todos los servicios, desde las guarderías infantiles a la comida y, lógicamente, la educación y la salud; se fomentaron las fundaciones a pequeñas escalas (“en cada aldea un horno de fundición”) con lo que se pretendía incrementar el ritmo de industrialización del país; de esta forma se eliminaba el salario y el dinero tendería a desaparecer. Se pusieron en marcha unas 24.000 “comunas del pueblo”. Fue una experiencia con alto grado de utopía y voluntarismo político que terminó en fracaso, con una hambruna que se extendió entre 1959 y 1960 (algunos autores estiman que produjo entre 10 y 20 millones de muertes). En 1961 se la dio por finalizada.

Mao siempre tuvo profunda desconfianza en los expertos y técnicos y en los intelectuales en general, porque temía una burocratización del sistema, como la que se había dado en la Unión Soviética. Para evitarla, en 1963 lanzó una campaña de educación socialista para revivir la ideología revolucionaria y en 1966 anunció “la revolución cultural”, que duró hasta su muerte en 1976. Siguiendo a Confucio (“El campo es la fuente de toda riqueza humana”) se envió a los dirigentes a trabajar al campo.

Desde el comienzo de gestión Mao estuvo acompañado por Zhou Enlai, formado ideológicamente en el P.C. francés y que los analistas veían como el ala moderada del gobierno; Zhou fue el ministro de relaciones exteriores desde 1949 a 1958 y primer ministro desde 1949 hasta su muerte; entre ambos existió un vínculo de confianza y lealtad mutuos. En 1975, pocos meses antes de su muerte, Zhou Enlai anunció en la Asamblea Popular Nacional de China las “cuatro modernizaciones” que ya había enunciado en 1963, y que abarcaban agricultura, industria, defensa y ciencia y tecnología. En 1978 Deng Xioping le dio la aprobación oficial, como objetivo de lo que sería la nueva etapa histórica de ese país.

En enero de 1976 murió Zhou y, en setiembre, Mao. Quedó como herencia una China distinta: un pueblo alfabetizado con un buen nivel de salud accesible a todos (se duplicó la esperanza de vida); un producto industrial que era 38 veces mayor que el recibido en 1949, con desarrollo de la energía atómica y la recuperación del orgullo nacional, después de la humillación que significaron la guerra del opio y la ocupación extranjera.

V – LA REPUBLICA POPULAR DESPUÉS DE MAO

En 1976 murieron los dos líderes del primer período de la República Popular, Mao Zedong y Zhou Enlai, y se produjo una pulseada por el poder entre la fracción maoísta (encabezados por la viuda del primero) y la renovadora, en la que se impuso ésta última, asumiendo el poder en 1978 Deng Xioping. El punto de continuidad con la etapa anterior lo da el documento “las 4 modernizaciones” necesarias en agricultura, industria, defensa y ciencia y tecnología que expusiera Zhou Enlai en la Asamblea Popular Nacional y que Deng hizo suyos.

La reforma iniciada por Deng (que dio lugar al conocido “milagro económico chino”) no elimina a la planificación ni al papel central del estado en la economía, ya que importantes sectores se mantienen de propiedad pública (lo que hace a infraestructura, transporte, telecomunicaciones, finanzas, medios de comunicación, etc.) mientras que existen fuertes regulaciones y controles para las empresas privadas. Se establecieron “zonas especiales” para la inversión extranjera, autorizándolas en función de las necesidades chinas y cuidando, fundamentalmente, la transmisión de conocimientos tecnológicos y el destino exportable de la producción, con el fin de evitar la restricción externa. Por otra parte, se hicieron convenios de asesoramiento tecnológico para la modernización industrial, se orientó la enseñanza hacia la ingeniería y las ciencias duras y se otorgaron becas para el estudio y la especialización en el exterior.

A Deng Xioping le sucedió Hu Jintao (2000-2013) y Xi Jinping (a partir de 2013), que continuaron con la política del primero.

En el año 2008 se avanzó en una segunda reforma agraria, que permite a los campesinos alquilar o vender la tierra, con el fin de lograr economías de escala en la producción agropecuaria. Incluso fue posible la creación de los “pools de siembra”.

Para entender este período hay que tener en cuenta: 1) La existencia previa de una población con buen nivel educativo y cierto grado de industrialización (aunque, en algunas ramas, con atraso tecnológico) que resultó del período anterior y que posibilitó el gran salto; 2) el acercamiento a Estados Unidos a partir del inicio de los años ’70, que abrió un enorme mercado a la producción china; 3) la etapa del capitalismo mundial; que a raíz de la crisis del petróleo produjo una fuerte recesión en las economías centrales y una traslación enorme de recursos hacia los países exportadores de petróleo, recursos que en gran parte volvieron a los bancos occidentales como inversión financiera. Las grandes empresas, para restablecer la tasa de ganancia, dedicaron parte de sus excedentes a la especulación financiera y parte a relocalizar sus inversiones en países de salarios bajos y pocas reglamentaciones sociales y ambientales. Significó la globalización del capitalismo subordinado al poder financiero.

China tenía (y tiene) un tipo de cambio fijo con una moneda muy subvaluada. Esto significa que los salarios chinos, medidos en dólares, son muy bajos (que no reflejan el poder adquisitivo de los mismos en el mercado local) y, como consecuencia, los productos elaborados en las ramas mano de obra intensivas resultan, medidos en dólares, muy baratos.

El motor inicial del crecimiento fue la inversión extranjera orientada hacia la exportación, que permitió la modernización de su aparato productivo. Pero este no se hubiera dado sin la apertura del mercado norteamericano (y occidental en general), que encontraron en los productos baratos chinos la posibilidad de mejorar el consumo de la mayoría poblacional, afectada por la concentración de recursos que implicó el capitalismo financiero. Según el economista norteamericano Stephen Roach, “El milagro del crecimiento liderado por las exportaciones de China no habría comenzado en los años 1980 sin el consumidor norteamericano”.

En el año 2001 China ingresó en la OMC (Organización Mundial de Comercio) y a partir de allí crecieron las inversiones extranjeras directas, no solo para la exportación sino también para abastecer al enorme mercado interior que, debido al crecimiento económico, se volvió interesante para las empresas multinacionales; como abastecerlo con productos importados era muy difícil por las barreras existentes, optaron por producirlos en el mismo territorio.

Con los años las exportaciones fueron evolucionando. Por un lado, la canasta de bienes exportados fue cambiando; al principio consistía en productos primarios y manufacturas basadas en recursos naturales (en 1985 representaban el 49% del total) y otras manufacturas intensivas en mano de obra; luego fueron evolucionado para incorporar maquinaria y material ferroviario y automotriz y con el tiempo se fueron agregando manufacturas de mayor contenido tecnológico, que requieren un proceso intensivo en investigación y desarrollo. En segundo lugar, inicialmente las exportaciones estaban ligadas a las empresas extranjeras radicadas en China (en 2005 representó el 60% del total exportado) pero a partir de esa fecha fueron disminuyendo proporcionalmente, para dar lugar a la producción de empresas locales, privadas y públicas.

La balanza comercial permanentemente favorable le aseguró a China recursos suficientes como para respaldar su política monetaria y, con el tiempo, exportar capitales. En un principio parte de los excedentes generados en el comercio con Estados Unidos se destinaron a adquirir títulos del Tesoro de Estados Unidos, lo que le permitió a éste financiar los grandes déficits presupuestario (se llegó a hablar de la “dependencia” norteamericana del ahorro chino). Luego las inversiones se dirigieron hacia el tercer mundo (África y América Latina) con el fin de asegurar un comercio fluido y, en particular, el abastecimiento de materias primas y energía (préstamos a Venezuela y a Ecuador a cambio de petróleo; en nuestro país las inversiones en parques eólicos, petróleo y la compra a los canadienses de su participación para la producción de litio); para muchos de estos países China se convirtió como el principal destino de sus exportaciones. También la exportación de capital tuvo como destino los países desarrollados, comprando empresas para hacerse de tecnología y de marcas acreditadas para abastecer su propio mercado y participar del occidental.

Las exportaciones de China a Estados Unidos sumaron en el año 2017 un total de 505 mil millones de dólares mientras que sus importaciones fueron de 130 mil millones (“Le Monde Diplomatique”, octubre de 2018). Este enorme déficit llevó al presidente Trump a anunciar, a partir de enero del 2018, el incremento de aranceles a las importaciones de ese país; como China respondió con una medida similar, ambos las fueron intensificando, en lo que parece ser el comienzo de una “guerra comercial” entre ambas potencias. Además, Estados Unidos empezó un ataque contra empresas chinas, en particular Huawei, en este caso presionando para que los demás países no utilicen su tecnología (red 5G). Es un capítulo más en la puja por la hegemonía mundial.

Dentro de la misma se debe incluir el acuerdo de China con Rusia y también el anuncio, por parte del primero, de la “Nueva ruta de la seda”, proyecto que implica una inversión millonaria en infraestructura, transporte y créditos e involucra a 64 países de Asia, Europa y África, sin utilizar al dólar como moneda internacional. El objetivo es asegurar el abastecimiento del petróleo de Irán y Rusia e intensificar el intercambio comercial en Eurasia y el continente africano.

Como balance del período nada mejor que unos números: 1) la productividad del trabajo en China creció al 12% anual entre 2003 y 2007 y al 9% a partir del 2008 mientras que en Estados Unidos el crecimiento era del 2%. 2) La lucha contra la pobreza: tomando como referencia el límite de extrema pobreza del Banco Mundial (1,25 dólares diarios) en 1981 en China existían 838 millones de pobres; en 2011 habían bajado a 84 millones, más de 750 millones dejaron de ser pobres desde la reforma del 1979 (datos tomados del artículo de Néstor Restivo en Boletín IADE del 18-1-19). La tasa de pobreza en el 2017 era del 3,1%. 3) Desde 1975 el PBI chino creció aproximadamente al 10% anual hasta que en los últimos años la tasa bajó al 6,5% de promedio, significa más que duplicar la tasa de crecimiento mundial y también la de los países centrales; inclusive el año pasado, a pesar de la pandemia, fue uno de los pocos países que tuvo crecimiento positivo (2,3%) y para este año se espera una tasa de alrededor del 7%.

Con esas cifras, parece correcto hablar del “milagro chino” para esta etapa de su historia.

VI – EL “MILAGRO CHINO”

La receta ideológica del “milagro chino” se la podría sintetizar, imitando a los numerosos programas de cocina que abundan en nuestra televisión, de la siguiente forma: se toma una porción de Confucio y otra de Marx; se le agrega media porción de taoísmo y se bate bien; se sirve condimentado con abundante paciencia oriental. Hay que aclarar que en esta caricatura hay mucho de verdad.

El “milagro chino” ha sido posible por esta conjunción ideológica, que asocia ingredientes occidentales y modernos a una cultura milenaria, que exalta a la sociedad frente al individuo y donde la obediencia al superior, mientras sea justo, es una virtud, como lo es también la paciencia y el manejo del tiempo (“Lo supremo en el arte de la guerra consiste en someter al enemigo sin darle batalla” según “El arte de la guerra” de Sun Tsu, del siglo V A. C. y “Ocultar nuestras capacidades y esperar nuestro tiempo” fue el consejo de Deng Xiaping en 1991). Eso, sumado a una serie de factores y circunstancias históricas, tales como:

  1. la previa alfabetización de la población, la reforma agraria y la existencia de un estado fuerte, planificador y regulador de la economía, con una base industrial pública, que fueron logros del primer período de la República Popular;
  2. una población con hábitos ancestrales de frugalidad que permitió una elevada tasa de acumulación productiva, lo que explica las tasas de crecimiento económico (en el año 2018 el consumo representó 43,4% del PBI y la inversión el 40%)
  3. la apertura del mercado norteamericano y del occidental a la producción china (debido al enfrentamiento de la “guerra fría” con la URSS);
  4. Un período de exceso de capitales que se busca relocalizar con inversiones en el tercer mundo;
  5. Una dirección política capaz y con objetivos claros, que resistió con fuerza y mucha paciencia a las múltiples presiones para devaluar su moneda y para la desregulación de su economía.

La principal crítica que se hace a China es la falta de democracia al estilo occidental. Jorge Molinero (“El sistema político chino” en “Realidad Económica”, enero de 2021) que estudió su organización política, aclara que allí no existe tradición democrática alguna, como es el caso de occidente, que se remonta a la civilización griega; allá existe un sistema que reúne democracia en la base, experimentación en el medio y meritocracia en la cumbre. La Constitución establece el autogobierno en las poblaciones urbanas y rurales, cuyos representantes son elegidos por voto secreto y donde el elector opta por nombres y no por partidos. Fuera de este nivel, de acuerdo a la tradición confuciana, para acceder a puestos públicos (o ingresar a la universidad o al partido) hay que aprobar rigurosos exámenes (ciencias, economía, política, historia y filosofía, además de una evaluación de valores morales), y los funcionarios van tomando experiencia en niveles sucesivos (ciudades, provincias, ministerios nacionales) hasta poder llegar, por un sistema de meritocracia, a la conducción del Partido y del PCCh, que en los hechos se confunden.

Volviendo a la economía, entre 1978 y 2015 el Ingreso personal en China creció un 811% (59% en Estados Unidos) beneficiando a todos los sectores de la sociedad, pero no en forma igual, por lo que la diferencia de ingreso entre los distintos estratos sociales se intensificó (el índice de Gini, que mide la inequidad en la distribución del ingreso, aumentó).

De estas cifras surge la gran duda: el sistema chino ¿Es capitalista o es socialista? No hay acuerdo y el debate sigue abierto.

Por ejemplo, para el destacado intelectual italiano Gianni Arrighi, el sistema instaurado en 1949 es el de un “capitalismo de estado”, opinión compartida por muchos analistas

Por su parte, para Maurice Meisner (Le Monde Diplomatique, setiembre de 2007) es capitalismo puro: con el programa de 1978 “se produjo… el más masivo proceso de desarrollo capitalista en la historia contemporánea”. Para este autor, el gobierno de Mao logró la eliminación de las formas feudales y, con la unificación territorial, creó las condiciones esenciales para un rápido desarrollo capitalista; el que surge en 1978 es un capitalismo burocrático y nada más.

Para otros autores se trata de un sistema híbrido, en construcción. Por ejemplo, Julio Godio (“El futuro de una ilusión”) cree que se está gestando una sociedad de trabajo, donde la planificación no es contraria al mercado, sino que el plan organiza a los mercados y donde coexisten distintas formas de propiedad: pública, social (cooperativas) y privada. De todas formas, a largo plazo, para ser  viable requeriría igualdad de oportunidades y la mayor participación ciudadana.

Finalmente, para las autoridades chinas y algunos analistas, se trata de una experiencia socialista, que denominan “Socialismo con características chinas”. Así, el actual presidente, Xi Jinping, ha dicho (5-1-2013) que “el socialismo con peculiaridades chinas es la unidad dialéctica de la lógica teórica del socialismo científico y la lógica histórica del desarrollo social de China. (…) Es el socialismo mismo y no otras doctrinas; no podemos abandonar principios fundamentales del socialismo científico…”.

En defensa de la existencia de formas capitalistas en el desarrollo actual de China, podría recurrir al mismo Marx, que escribió que “una formación social no desaparece hasta que se hayan desarrollado todas las fuerzas productivas que contiene y nuevas relaciones de producción no sustituyen a las viejas antes que sus condiciones materiales de existencia se hayan desarrollado precisamente en el seno de la antigua sociedad” (Prólogo a la “Crítica de la economía política”); conforme a esto, Deng Xioping ha dicho: “El socialismo no significa pobreza sino la eliminación de la pobreza. No se puede decir que responda a los requerimientos del socialismo el abstenerse de desarrollar las fuerzas productivas y mejorar las condiciones de vida del pueblo”

Quien tiene razón en esta polémica lo dirá la historia.

Mientras tanto, para América Latina la experiencia china deja mucho para aprender, pero no se puede copiar. Es imposible de replicar porque, en primer lugar, se trata de culturas diferentes (la occidental es más individualista y el tiempo tiene un valor distinto, donde la urgencia es permanente); en segundo lugar, porque la conjunción de circunstancias históricas que la hicieron posible son irrepetibles.

América Latina debería buscar su propio camino, en base a la unidad, y sin integrarse a ninguno de los bloques de la actual puja hegemónica, manteniendo relaciones normales con ambos, según sus necesidades y conveniencias. Como dice Gabriel Merino en el trabajo “La centralidad de lo político en el sistema mundial y la cuestión nacional” (Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales, 2021), “copiar modelos no sirve. Ni los occidentales ni los asiáticos”, y cita en su apoyo las palabras de Simón Rodríguez, el maestro de Simón Bolívar y precursor de la independencia americana, “o inventamos o erramos”.

Fotografía de portada:  GEC


BIBLIOGRAFÍA

  • Adler, Solomon: “La economía china”, Fondo de Cultura Económica, México, 1957
  • Boulard, Martine “¿Quién ganará la guerra comercial?” “Le Monde Diplomatique” oct. 2018
  • Crouzet, Maurice (Director): “Historia General de las Civilizaciones”, Ed. Destino, Barcelona, 1974.
  • De Jong, Gerardo Mario: “La transición del capitalismo mercantil al capitalismo industrial”. Ediciones Doble Z, Neuquén, 2019
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  • Girado, Gustavo Alfredo “El cambio en el patrón manufacturero de China” en “Voces en el Fénix”, 19-7-13
  • Girado, Gustavo (entrevista en “Cash”, suplemento de “Página 12”, 25-7-21): “China: como entender la irrupción de una nueva hegemonía”
  • Godio, Julio: “El Futuro de una Ilusión (socialismo y mercado)”, Ed. Le Monde Diplomatique, Buenos Aires, 2011.
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  • Merino, Gabriel Esteban: “La reconfiguración imperial de Estados Unidos y las fracturas frente al ascenso de China”, Revista de Estudios Estratégicos, enero-junio 2019
  • Merino, Gabriel Esteban; “La centralidad de la política en el sistema mundial y la cuestión nacional. Sobre el centenario del PCCh”, Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales, 2021.
  • Merino, Gabriel Esteban y Trivi, Nicolás: “La Nueva Ruta de la Seda y la disputa por el poder mundial: el avance de China, la situación de Rusia, la con formación de un eje euroasiático y la implicancia en la transición histórica” en “Una nueva estrategia geopolítica global”, Instituto de Relaciones Internacionales, U.N. de La Plata, 2019.
  • Molinero, Jorge: “El sistema político chino”, Revista “Realidad Económica”, enero 2021
  • Molinero, Jorge: “El capital financiero y las potencias emergentes”, Revista “Realidad económica” N° 324 (2019)
  • Molinero, Jorge: “Tiempos chinos” en Boletín del IADE, 2019.
  • Schulz, Juan Sebastián: “El cambio del centro de gravedad mundial hacia Asia-Pacífico. La Nueva Ruta de la Seda y el fin del mundo bipolar”, XIV Congreso Nacional y VI Internacional sobre Democracia, Rosario, 2018.
  • Xi Jinpng “La gobernanza y administración de China” (dos tomos), Ediciones en Lenguas Extranjeras, Beijing, 2018
  • Zambon, Humberto: “Contra viento y marea” Ed. La Vanguardia, Buenos Aires 2006

2 comentarios en «China en un mundo bipolar»

  1. Brillante Humberto, claro y sobre todo, muy oportuno en estos tiempos de retroceso ideologico de nuestra Argentina, con la inminencia de un regimen conducido por un porteño (alienado urbano) con alto indice de demencia y tambien ferozmente atado a la red de dominacion imperialista.

  2. Gracias profesor Zambón por tan brillante articulo de igual manera que hace casi 50 años atrás en la que recibía en la Universidad del Comahue sus clases magistrales. Coincido plenamente en que América Latina debe buscar su propio camino, pero también me pregunto si no deberíamos también cambiar las lógicas de pensamiento para no quedar «pegado» a las formas (socialismo?) sino a los contenidos en el ejercicio del poder sin perder la dimensión ambiental que significa gobernar uno de los países con mayor población en el mundo. Gracias nuevamente

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