Hechos falsos y estadísticas desquiciadas

Hechos falsos y estadísticas desquiciadas

Humberto Zambon | 

“Hay dos clases de mentiras, las que usan palabras y las que usan estadísticas”, sostiene un viejo dicho universitario. Y la segunda tiene normalmente más fuerza que las primeras, aunque todas, sin excepción, tengan patas muy cortas. La mentira estadística tiene la contundencia del número (por ejemplo, decir que hay un 53,2% de la población de acuerdo con determinada política, aunque un parecido cualquiera con la realidad sea mera coincidencia, tiene un peso innegable).

Quien se ha especializado en esto es el Presidente de la República. Inventa hechos que quedan como axiomas y, partiendo de ellos –como si fueran reales-, se arma todo un discurso en lo posible completado con estadísticas inventadas o ejemplos numéricos. Lo repiten en los medios de comunicación periodistas adictos, sin ningún sentido crítico, y para parte de la población tiende a convertirse en la realidad. Por ejemplo, en función del resultado de la segunda vuelta electoral, sostienen que “representan al pueblo” porque tienen el “respaldo” del 56% de la población (en realidad, el 55,6% de los que votaron “positivo” en la segunda vuelta electoral, que es mucho menos la mitad de los empadronados), sin aclarar que se trata de una fotografía” del 19 de noviembre de 2023 y que un mes antes (22-10-23), en las elecciones generales, solo obtuvieron el 30% de los votos, y que, según todas las encuestas, en dos meses y medio de gobierno el apoyo popular ha venido cayendo en picada.

Otra gran mentira es que cuando asumió el gobierno el país estaba en crisis y a la puerta de una hiperinflación. No hay ningún elemento objetivo que sirva de respaldo a esta afirmación: la inflación era alta pero estable (oct—nov-. 2023 del 22% frente al 51,4% de diciembre-enero bajo el gobierno de Milei), la desocupación del 5,7% (3° Trimestre 2023), la menor en 16 años con un alto grado de ocupación fabril. Y podríamos seguir con otros indicadores.

En esas condiciones, vino el gobierno de Milei y decretó una fuerte devaluación del peso: de $ 391 que cotizaba el dólar el 7-12-23 pasó a $ 880 a mediados de febrero (devaluación del 127%) mientras que levantaban todo control de precios, dejando su fijación a la voracidad empresaria, lo que, necesariamente, se reflejó en aumento de la inflación (25,5% en diciembre y 20,6% en enero) y recesión económica (en enero, caída interanual de las ventas PYME del 28,5% y de las farmacias del 45,8%); estos datos, en lugar de tomarlos como consecuencia de la política adoptada, se los presentó como un triunfo: “¡conseguimos dominar a la hiperinflación!¡La suba de precios fue “sólo” del 25%!”

También es mentira el mito neoliberal (al que adhiere Milei y que expuso en Davos) de un período de oro en nuestra historia, para entrar en decadencia por abandono de las “leyes de mercado”, algo que vamos a analizar con detenimiento.

¿Cuándo se inicia la supuesta decadencia? La respuesta neoliberal es, en general que se inicia 1946, con el comienzo del peronismo. Así lo sostiene, por ejemplo, Emilio Ocampo en una nota de Infobae: «La decadencia económica argentina a partir de 1946 es un hecho histórico innegable y casi único en la historia del mundo moderno”. Una excepción es el artículo “Auge y decadencia argentina” del actual diputado José Luis Espert y de Ramiro Castiñeira (Infobae, 11-7-22) que fechan el inicio en 1930, con el abandono del libre cambio. Hay que recordar que fue la época del auge conservador después del golpe de Uriburu contra Yrigoyen; la época conocida como la “década infame” y del “fraude patriótico”. El viraje proteccionista no fue una decisión voluntaria, sino obligada primero por el cierre mundial de fronteras luego de la crisis de Wall Street de 1929, después por la segunda guerra mundial. Según Espert y Castiñeira, “En definitiva, Argentina se hizo grande exportando e inició su colapsó cuando se alejó del comercio exterior. Su decadencia arrancó cuando hizo carne el ‘vivir con lo nuestro’, el ’Estado presente’ y el coqueteo con el ’Che’”.

Como sostuvo Aldo Ferrer en 1985, con este mensaje la ortodoxia dice: “exportemos productos primarios y restablezcamos las bases tradicionales del crecimiento imperante hasta la crisis del treinta. Con esa propuesta, a la Argentina le sobran 2 millones de kilómetros cuadrados y 20 millones de habitantes.”

Los números de la decadencia. A pesar que desde el comienzo del siglo XX existen buenas estadísticas disponibles, en esta oportunidad suelen omitirlas y, en lugar de números repiten el concepto como un mantra. Roberto Cachanosky (Infobae, 13-8-23) justifica sus dichos comparando nuestro país con Australia y Canadá, cuyas economías competitivas de la Argentina, y crecieron después de la guerra a una tasa mayor que la nuestra. Lo que no dice es que el principal destino de las exportaciones argentinas era Gran Bretaña y que a partir de 1950 ésta privilegió el comercio con los países del “Commonwealth”, decisión que desplazó a Argentina de ese importante mercado. El culpable es así el peronismo y no la política imperial inglesa que impulsó el crecimiento de sus excolonias.

Las etapas de la economía argentina. Para analizar este mito podemos usar la siguiente periodización (que utilizamos en una nota en “Va con firma” del 19 de setiembre de 2023):

1) 1900-1929. Libre cambio hasta la crisis de 1929 y luego la guerra

2) 1930-1945 Gobiernos conservadores con proteccionismo obligado; finaliza cuando irrumpe el peronismo.

3) 1946-1975. A pesar de las profundas diferencias políticas de los gobiernos que se sucedieron en este período, la política económica no tuvo profundos cambios, ni siquiera en los años 1955-1958, como tampoco en los que se sucedieron: el desarrollismo, el gobierno de Illia, el neodesarrollismo de Krieger Vasena con Onganía y de nuevo el peronismo.

4) 1976-2001. El período neoliberal impuesto por Videla-Martínez de Hoz, que no se pudo cambiar a pesar del esfuerzo de Alfonsín y su ministro Grinspun al comienzo de su gobierno, seguido por la experiencia de Menem-Cavallo y de la Alianza.

5) 2002-2015. Vuelta del estatismo, al principio por necesidad, por la crisis heredada del 2001, y luego por el “populismo” kirchnerista.

6) 2016-2019. Nueva experiencia neoliberal.

7) 2020-2023. Período de transición. Fue el gobierno de Alberto Fernández, condicionado por el fuerte endeudamiento del gobierno anterior con el FMI y afectado por la pandemia del COVID (el PBI cayó en todo el mundo; en nuestro país un 9,9% el primer año y, luego, se vio afectado por la peor sequía en muchos años). Al finalizar su gobierno se verificó una leve caída en el producto per cápita.

Entre 1900 y 2019 los resultados obtenidos son los siguientes, según la Tasa anual promedio del crecimiento del PBI por habitante:

1)1900-1929: 1,7%.

2)1930-1945: 0,4%

3)1946-1975: 2,2%

4)1976-2001: 1,1%

5)2002-2015: 3,8%

6)2015-2019:-2,2%

La conclusión es evidente: durante los períodos “populistas” hubo claramente una mejor “performance” económica que bajo el liberalismo económico. Inclusive, 1900-1929 con 1,7% anual es inferior al de 1946-1975 (2,2%). El mejor resultado es el del 2002-2015, a pesar de la crisis financiera del 2008-09, para algunos equiparable a la del 1929.

Origen del mito neoliberal: En el período 1900-1945 el PBI argentino creció a una tasa promedio del 3,7% anual, pero esa tasa esconde fuertes oscilaciones debido a la alta dependencia de la economía argentina respecto a sus exportaciones, que variaban según los ciclos económicos y políticos del centro; además, en ese período la población creció a una tasa del 2,6% anual, por lo que el crecimiento por habitante fue de un módico 1,1% anual (1,7% si se excluye la crisis de los años ’30; es decir, si se toma 1900-1929), con una alta concentración del ingreso en manos de los terratenientes de la pampa húmeda, esos que pasaban muy pocos meses en Buenos Aires, el verano en la estancia y el invierno paseando por Europa y gastando a manos llenas el dinero que recibían sin trabajar (“tirando manteca al techo”) y que dio lugar al mito de la “riqueza argentina”, mientras que para el grueso de la población nada cambiaba.

Tampoco es verdad que desde 1946 la política económica estuviera dominada por el “populismo”: en 1976, se instauró en Argentina una de las primeras experiencias neoliberales del mundo, con Videla-Martínez de Hoz, que terminó con la crisis de la deuda externa y de toda la economía, de forma que en los hechos (mediando amenazas de golpe militar) condicionaron los 6 años de Alfonsín. Hasta que en 1989 en que comenzó la experiencia de la “convertibilidad” de Menem y Cavallo, que terminó con la crisis del 2001. Luego de la crisis vinieron, entre 2003 y 2015, los gobiernos kirchneristas; entre 2015 y 2018 se produjo la vuelta neoliberal con Macri. En resumen, 44 años de lo que el neoliberalismo llama “populismo” (tasa global de crecimiento del producto por habitante del 2.7% anual) y 29 años de “no-populismo”, incluyendo las tres experiencias neoliberales (crecimiento del 0,64).

Es decir, el mito de la Argentina próspera hasta 1946, que con la llegada del populismo al poder entró en decadencia, no tiene ningún asidero histórico; en última instancia, si hubiera decadencia sería una responsabilidad compartida, ya que en el período hicieron lo suyo las tres experiencias neoliberales, que terminaron del mismo modo: destrucción de la industria y del trabajo nacional por la apertura al comercio mundial, aumento explosivo de la deuda externa, fuga de capitales e inflación y crisis con aumento de la desocupación y la pobreza. Panorama que tiende a repetirse en la actualidad.

Por el contrario, los hechos parecieran dar razón a una tesis opuesta a la liberal: el desarrollo económico que implica la industrialización del país no pudo madurar por las continuas interrupciones (tanto por vía militar en 1976, como electoral en 1989 y en el 2015), con políticas liberales que se aplicaron y fracasaron, pero que interrumpieron e hicieron retroceder el proceso de industrialización. Si hubiera frustración argentina, se debería al hecho de haber quedado a medio camino en su desarrollo industrial; cual moderno Sísifo (aquel que, según la mitología griega, fue condenado a empujar cuesta arriba por una montaña una piedra que, al llegar a la cima, volvía a rodar hacia abajo, repitiéndose una y otra vez el proceso), Argentina pareciera condenada a reiniciar una y otra vez su proceso de modernización industrial.

La situación actual. Nuestro país presentaba, hasta el año 2023 inclusive, inequidades en la distribución del ingreso, con nivel de salarios reales bajos, altos índices de pobreza y de trabajo informal. Pero, por otro lado, formábamos parte del G-20 y, según el índice de desarrollo humano de las Naciones Unidas, éramos un país de “desarrollo muy alto” con un puntaje de 0,842 (índice que considera el ingreso por habitante, la educación y la salud) que nos ubicaba:

1) En el puesto 47 entre los 191 países del mundo;

2) Segundos en América Latina (después de Chile, con 0.855);

3) Mayor desarrollo humano que los 5 países que conforman actualmente los BRICS: Rusia (0,822), China (0.768), Brasil (0.754), Sudáfrica (0.713), e India (0.642).

Ocurre que, como el resto del mundo, estamos viviendo tiempos difíciles. Según el informe de la ONU del año 2022, “muchas personas, especialmente los jóvenes, se sienten frustrados por sus líderes políticos. La sospecha ganó la batalla a la confianza. En todo el mundo, menos del 30% de las personas creen que se puede confiar en los demás, lo que representa la tasa más baja de la historia”. La consecuencia es el gobierno que tenemos.

Es preciso dar una batalla cultural para superar ese escepticismo nihilista (con sabor a tango) que nos lleva a hablar de “este país” (en general acompañado de la descripción del material del que hipotéticamente estaría hecho); en su lugar, debemos percibir que estamos en un buen país, “nuestro país”, con alto desarrollo humano y en condiciones de mejorar sensiblemente aplicando las políticas distributivas adecuadas.

Al menos, estábamos así hasta el 10 de diciembre de 2023.

Un comentario en «Hechos falsos y estadísticas desquiciadas»

  1. Excelente reflexión y análisis, la historia como herramienta para derribar mitos, principalmente de aquellos que nos hablan de «cambios», cuando en realidad se quiere volver al conservadurismo que mantuvo durante muchisimos años de nuestra historia a una elite «tirando manteca al techo» ( como dice el autor) y que para ellos, por culpa de los 20 millones (creo que tambien hoy podría decirse 30 millones), ya no pueden tener «la vaca atada». En mi opinión, se debería insistir mucho mas en este tipo de reflexiones que plantea el autor y que forma parte de esa «batalla cultural».

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