El arte de aprender a vivir y morir bien

El arte de aprender a vivir y morir bien

Florencia Ferreyra |

(…) Nos necesitamos recíprocamente en colaboraciones y combinaciones inesperadas, en pilas de compost caliente. Devenimos-con de manera recíproca o no devenimos en absoluto. Este tipo de semiótica material es siempre situada, en algún lugar y no en ningún lugar, enredada y mundana. A solas, desde nuestras maneras distintivas de experiencia y pericia, sabemos a la vez demasiado y demasiado poco, y así sucumbimos a la desesperación o la esperanza (…)

Donna Haraway[i]

El amplio arco ecofeminista de la Argentina se encuentra actualmente amenazado desde al menos dos frentes. El primero, representado por la derecha tradicional adosada de manera oportunista a los movimientos libertarios, promueve una hiperbólica aceleración de discursos que conjugan odio de clase, negación del cambio climático, misoginia, homofobia, transfobia y el pánico a la desestabilización social que significa la “ideología de género”[ii] en su cosmovisión. Asimismo, algunos sectores de las diversas oposiciones debilitadas, incapaces de poner en jaque tanto las lógicas extractivistas como las jerarquías patriarcales al interior de sus partidos, le atribuyen al avance ecofeminista la derrota electoral del gobierno saliente, debido a supuestas preocupaciones minoritarias puestas en agenda prioritaria, como a los “excesos” de revisión teórica implicados en, por ejemplo, la promoción del uso del lenguaje inclusivo. Este contexto agresivo que amenaza algunas de las formas más progresistas que nos hemos podido construir mediante luchas largas y complejas, como la ley ESI y la ley IVE, diseñadas para garantizar el acceso a la información, la educación y la salud de infancias, adolescencias y personas adultas gestantes; como también la Ley de Glaciares, la Ley de Bosques y la ley de Protección Ambiental para Control de Actividades de Quema, que buscan promover un cuidado mínimamente necesario para resguardar la vida y la salud de las poblaciones humanas presentes y futuras.

El estado de situación me anima a revisar y a destacar ciertas producciones artísticas locales que no sólo sobreviven el embate, sino que, desde posiciones descentradas, pueden ofrecer un espacio experiencial donde otra forma de interpretar y percibir el mundo sea posible. La apuesta busca esquivar la lógica capitalista imperante, en la cual lo vivo (y muy especialmente el cuerpo femenino) sólo es valioso en tanto esté inserto en la mecánica de lo utilitario.  Abordaré entonces producciones de dos artistas cordobesas: Noel Toledo Gonzo, formada en el campo de las artes visuales, y Florencia Stalldecker, bailarina, coreógrafa y licenciada en letras.

 Pensar críticamente y ponderar lo bello 

En las obras de Noel Toledo Gonzo, las formas y las texturas sutiles invitan a una contemplación detenida, en clave casi ritualista. La apreciación estética que requieren es parte constitutiva de la poética que engendra. Las imágenes escogidas para esta reseña parecen disímiles en estilo, porque no es exactamente en la visualidad donde radica el germen compartido. Hijas de la misma naturaleza, son el resultado de la articulación de una serie de coordenadas, una suerte de genoma que, según las condiciones de existencia –el sitio que cada receptor le otorga- puede hacerlas crecer hacia zonas donde convergen la sensibilidad por la belleza de la vida y la consciencia de la irresoluble finitud.

La fotografía de “Efímero todo”, es parte del proceso de intervención al cual nuestra artista sometió una fruta: aquí la atención estuvo puesta simultáneamente en modificarla y en registrar la inevitable oxidación natural de la misma, al tiempo que alteraba su intervención. La metáfora es sencilla pero contundente: nuestras acciones son siempre situadas; afectamos temporalmente aquello sobre lo que pretendemos incidir, pero con resultados que no escapan al derrotero entrópico de la vida.

“Cuida lo sutil” es una serie de pequeñas cajas construidas individualmente. Allí, Noel acoge semillas de diferentes árboles que pudo recoger en las acotadas salidas permitidas durante el período de aislamiento sanitario de la pandemia. En la imagen seleccionada para este análisis puede verse una almohadilla de tela azul aterciopelada, donde se asienta la joya natural sujeta delicadamente con una costura roja. Debajo, un pequeño trozo de papel reciclado mecanografiado reza una palabra inmensa: posibilidad. Conviene aquí detener la mirada y pensar en la pericia requerida tanto para realizar el amarre sin dañar las semillas, como para colocar el frágil papel en una máquina obsoleta.

“Pequeño Paisaje”, por su parte, corresponde a otra serie de obras en las cuales la artista construye pequeños territorios de vida, ecosistemas miniatura que, lejos de cualquier ambición, ofrecen una belleza que reclama atención y cuidados.

En cada una de estas piezas, se combinan la aproximación cientificista con formas de abordar el mundo que han sido históricamente atribuidas al ámbito privado y femenino de la vida, donde la distancia con los objetos y las personas está directamente vinculada a lo afectivo, en una síntesis que remite a las reflexiones del ecofeminismo social materialista más reciente[iii]. Su repertorio de observaciones incluye elementos biológicos que le sirven para reflexionar sobre el paso del tiempo, y la necesidad de reconstruir una ética del cuidado. Operando mínimamente, rescata experiencias cotidianas a su alcance, con la delicadeza de quien observa algo querido para testimoniar con justeza, asombrada por la hermosura y conmovida por la fragilidad del mundo. Consciente de que los discursos políticos y estéticos no pueden ser completamente colonizados (ni siquiera cuando monumentalizados en piedra se hacen norma) se apropia creativamente de resquicios que escapan a la mirada hegemónica del mainstream del arte. La lentitud de los procesos creativos, la ternura puesta al servicio de la observación y la belleza en las composiciones, son herramientas de las que se vale para quitarle fuerza a las lógicas patriarcales que hacen funcionar la maquinaria capitalista. Su delicada poética personal se compone de pequeños pero poderosos actos de resistencia que anudan reflexión filosófica, con la búsqueda de belleza. Mediante la práctica artística, rescata desapercibidos acontecimientos que, atesorados como semillas que se camuflan para viajar, tal vez consigan su cometido en el futuro, cuando en condiciones propicias, la tierra sea nutricia.  Hasta entonces, habrá que cultivar una paciencia activa que nos permita bajar las velocidades, aguzar el ojo crítico y abrir la sensibilidad para ir tejiendo redes sociales, simbólicas y materiales que aseguren una sobrevivencia más digna, amorosa e igualitaria.

La práctica artística: refugio para la imaginación compartida

Florencia Stalldecker, por su parte, es una artista de formación híbrida y continua. Sus producciones coreográficas, performáticas y escénicas se nutren de la concepción del cuerpo como herramienta y soporte de toda experiencia vital y se presentan, siempre, desde una cuidada estética visual y sonora que ajusta a cada circunstancia, articulando sus perspectivas con la de otros creadores. Desde una posición consciente, situada y descentrada del pensamiento logocéntrico, otorga singular atención a otras formas de incorporarse a los contextos mediante formas de intercambio económico que combinan la postulación a premiaciones y subsidios que posibilitan la investigación, el intercambio de conocimientos profesionales, y la construcción de redes de sostén entre artistas y teóricos.

Es fundadora y coordinadora del proyecto “La mirada vegetal”[iv], una plataforma de creación, investigación y experimentación artístico teórica, donde un colectivo itinerante de especialistas genera situaciones que articulan disciplinas diversas. Esta plataforma acoge cruces entre estética, política y ecología que se tejen en un proceso vivo, donde la palabra poética, las artes escénicas, las artes visuales y audiovisuales, la fotografía, las danzas y otras artes corporales se hacen sitio de manera particular en cada producción creativa. El producto no se parece a una obra de arte acabada en el sentido tradicional de lo coleccionable; en todo caso, conviene pensarlo como un rizoma de experiencias no completamente transferibles, pero que se multiplican, formando redes de sentido, redes materiales con instituciones de distintas latitudes y vínculos concretos, afectivos, profesionales, colaborativos. En estas prácticas resulta fundamental la interacción entre los cuerpos, con otros seres vivientes y objetos de los entornos de incidencia.

“Suspender el suelo. Prácticas entre coreografías, existencias y biologías” (2023)[v], es un buen ejemplo de esta forma de creación que Florencia viene practicando desde hace años. Allí, se propiciaron una serie de encuentros en residencia, donde artistas de Argentina, Chile, Brasil y Costa Rica participaron en la creación de una experiencia performática, de la cual han quedado bellos registros fotográficos y audiovisuales que nos permiten reconstruirla de manera recortada pero sensible. Una serie de preguntas impulsaron la investigación corporal y sensorial común, para construir un saber no logocéntrico: ¿Cómo suspender el suelo? ¿Cómo desplazarnos y hacer lugar para pensarnos con el contexto? ¿Cómo habitar nuevos territorios con otrxs?

El espacio escogido para el desarrollo de esta experiencia jugó un papel central. Se realizó en dos instancias de residencia. El primero en el festival danzafuera de La Plata y el segundo en Mansa Mansión (espacio físico de La Mirada Vegetal, ubicado en una vieja Casona de Río Ceballos) en la cual centró este análisis.

La observación del entorno natural combinó una aproximación curiosa y respetuosa. Desde una posición oblicua a la de quienes realizan prácticas científicas como también artísticas tradicionales –pero valiéndose de algunas de sus lógicas- las personas involucradas[vi] procuraron poner en juego su corporalidad como sitio material de encuentro con otras personas y otras entidades, utilizando la afectividad como insumo indispensable en la construcción de saberes para otras formas de creación y sociabilidad. Conocimientos puestos en común de artes marciales, mediante la práctica matutina (propia de estas disciplinas) funcionó como proceso previo; una suerte de “entrada en calor” física, emocional y mental para disponerse mejor a la tarea de composición coreográfica durante la tarde. La misma, se realizó partiendo de algunas figuras que atendían a distintas partes del cuerpo y a sus funcionamientos biomecánicos: “manos que trepan” y “columnas acaparazonadas”. Estas imágenes corporales, sirvieron de disparador para practicar otras formas de vincularse con el espacio, los seres vivos y los objetos que allí residen. La búsqueda política, de poner al cuerpo en un renovado registro de sí mismo en relación a otros cuerpos, fue viabilizada por el ejercicio estético de la danza, la reflexión teórica de lecturas compartidas y una profunda sensibilidad puesta al servicio de una forma de esperanza. Muchas veces, los procesos realizados con detenimiento, son los que mejor se conservan en la memoria, como insumo para dar respuesta a vivencias futuras que requieren de actos más amorosos.

Registros fotográficos de Juliana Di Blasio. “Suspender el Suelo” 2023

Un aspecto muy importante para la ejecución de este proyecto, es la colaboración mutua de los diversos participantes, como las redes tejidas mediante afectos y conocimientos compartidos. Todas las prácticas, las vivencias y los resultados o producciones artístico-teóricas de estas acciones situadas, conviven en una amalgama extraña y externa (al menos en parte) a las lógicas de circulación habitual de las artes. Sirviéndose inteligentemente de los recursos que brindaron patrocinio, Florencia consiguió habilitar un tiempo intersticial compartido para aprender, afectarse y pensar nuevas formas vinculares (con personas, ambientes y objetos) más amables, más flexibles, cuidadosas y de roles oscilantes, capaces de -como nos enseña Haraway- encontrar estrategias para vivir y morir juntos en un planeta herido.

Septiembre de 2024


[i] HARAWAY, Donna: “Introducción” en “Seguir con el problema. Generar parentesco en el Chtuluceno”

[ii] La noción de “ideología de género”, utilizada desde 1990 en el mundo occidental para combatir los avances de las luchas impulsadas por los movimientos feministas, es actualmente la piedra de toque de la intelectualidad de derecha para argumentar razones que legitimen su “batalla cultural” contra el “marxismo cultural”. La definición la escuchamos y leemos cada vez más en discursos oficiales como en conferencias y alocuciones variadas de quienes representan los intereses libertarios desde voces legitimadas como la del politólogo argentino ultraconservador Agustín Laje. Bajo esta premisa, se articulan numerosas iniciativas destinadas a generar nuevas subjetividades políticas para movilizar amplios sectores de la población.

[iii] Esta corriente de pensamiento y activismo ha conseguido, mediante importantes intelectuales, poner en evidencia los mecanismos que articulan el capitalismo extractivista con  la organización social patriarcal que garantiza las jerarquías de la especie humana por sobre otras formas de vida; lo masculino por sobre lo femenino en la división de las tareas; la adultez joven por sobre otros estratos etarios; el logocentrismo por sobre otras formas de elaboración de conocimientos y experiencias; el individualismo exitista, por sobre cualquier organización colectivista.

[iv] https://lamiradavegetal.com/

[v] “Suspender el suelo”, se generó a partir del encuentro de La Mirada Vegetal (de Florencia Stalldecker) con otras dos plataformas de creación e investigación artística: La Casa de las Bestias (de Cecilia Priotto) y PlataformaVa (de Micaela Moreno Magliano).

[vi] En esta instancia de residencia se convocaron a artistas escénicos, performers, bailarines a compartir el espacio de creación en residencia junto a las artistas Bia Sano (BR), Erina Libertad (CR), Cecilia Priotto (ARG), Florencia Stalldecker (ARG) y Micaela Moreno Magliano (ARG) y Manuela Piqué (ARG).

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