Este artículo discute la consigna pregonada por la derecha política luego de los años 1990, según la cual las ideologías ya no son necesarias y han sido reemplazadas por la economía. Se trata de responder a la pregunta: ¿realmente ha muerto la ideología de izquierda, aquella que busca la igualdad y se basa en la solidaridad humana? | Humberto Zambon.
A mediados del siglo XX las ideas de izquierda estaban consolidadas y muy pocos dudaban de que el socialismo era el futuro. Inclusive Joseph Schumpeter, un destacado teórico y admirador del sistema capitalista, que veía en la innovación de los empresarios el motor del crecimiento económico, se había vuelto pesimista respecto del futuro del capitalismo; en 1942 publicó su último libro: Capitalismo, Socialismo y Democracia, donde expone que el socialismo es inevitable, pero más que por el triunfo de sus ideas, por la decadencia del capitalismo: “la innovación en sí misma está siendo reducida a una rutina. El progreso tecnológico se está convirtiendo cada vez más en un asunto de grupos de especialistas que producen lo que se les pide y realizan su trabajo de manera predecible. El romanticismo de las antiguas aventuras comerciales está rápidamente desapareciendo.”
En los años ’60, con el triunfo de la revolución cubana y el Che Guevara como símbolo para la juventud de la época, la aparición en África de Patrice Lumumba, la popularidad del libro de Franz Fannon Los condenados de la tierra (publicado en 1961) y muchos ejemplos más, la revolución parecía estar a la vuelta de la esquina. Entonces, y más en los años ’70, el “socialismo real” parecía consolidado y, por más críticas internas que la mitad de la izquierda le hacía al sistema soviético, mostraba alternativas posibles al capitalismo y un apoyo expreso o tácito al cambio. Lo fortaleció el fin de la guerra en Vietnam con la retirada de Estados Unidos, la independencia de varios países africanos con apoyo soviético (como Angola y Mozambique) y una carrera científico-tecnológica muy pareja, pero que en algunos momentos la daban como ganadora.
En forma más o menos sorpresiva el bloque oriental colapsó: 1989 fue un año clave: Gorbachov informó que las repúblicas que constituían el Pacto de Varsovia (el bloque “socialista” u oriental) podían elegir libremente su futuro; casi de inmediato Ucrania y Armenia solicitaron su independencia, mientras que el descontento popular en Alemania Oriental llevó en noviembre a la caída del muro que separaba a Berlín en dos sectores; caída que fue un hito histórico y símbolo del cambio de época; en diciembre de ese año en Polonia la oposición encabezada por Lech Walesa de “Solidaridad” ganó las elecciones. En 1990, la República de Rusia decretó su soberanía total y en 1991 se independizaron Estonia, Letonia y Lituania. También en 1991 Boris Yeltsin ganó las elecciones en Rusia (que significó la vuelta al capitalismo) y, finalmente, el 8 de diciembre de 1991 se resolvió la disolución de la Unión Soviética. ¿Por qué la implosión de la Unión Soviética y del “socialismo real”?. Se han dado explicaciones económicas, sociológicas y políticas. Quizá una de las más importantes haya sido la ausencia de democracia, la falta de participación e indiferencia del grueso de la población. Rosa Luxemburgo, una revolucionaria convencida, escribía cuando recién se iniciaba la experiencia soviética (Obras escogidas, tomo II, pg. 196 a 198):
«La libertad sólo para los que apoyan al gobierno, sólo para los miembros de un partido (por numeroso que este sea) no es libertad en absoluto. La libertad es siempre y exclusivamente libertad para el que piensa de manera diferente. No a causa de ningún concepto fanático de la ‘justicia’, sino porque todo lo que es instructivo, totalizador y purificante en la libertad política depende de esta característica esencial, y su efectividad desaparece tan pronto como la ‘libertad’ se convierte en un privilegio (…) el intercambio de experiencias no sale del círculo cerrado de los burócratas del nuevo régimen. La corrupción se torna inevitable.»
“…al excluirse la democracia, se cierran las fuentes vivas de toda riqueza yprogreso espirituales (…) Toda la masa del pueblo debe participar. De otra manera, el socialismo será decretado desde unos cuantos escritorios oficiales por una docena de intelectuales.
Por otra parte, el italiano Enrique Malatesta escribió, proféticamente, también en 1919: “No cabe duda de que Lenín, Trotsky y sus compañeros son revolucionarios sinceros, pero también es cierto que preparan los planteles gubernativos que sus sucesores utilizarán para sacar provecho de la revolución y matarla. Ellos serán las primeras víctimas de sus propios métodos” Y, en la actualidad, Samir Amín en Más allá del capitalismo senil (2003) sostiene que “El socialismo será democrático o no será nada, tal es la lección de esta primera ruptura del capitalismo”.
Luego de la implosión del “socialismo real”, surgió Estados Unidos como la única potencia hegemónica a nivel universal. En ese momento Francis Fukuyama, en 1992 publicó el libro El fin de la historia y el último hombre en el que sostiene que la historia humana, como lucha entre ideologías, ha terminado definitivamente. En su lugar, se inició un mundo basado en la política y economía de libre mercado que se impone a las utopías. Las ideologías ya no son necesarias, han sido reemplazadas por la economía.
Fukuyama pensaba en una hegemonía unilateral y en el neoliberalismo como única verdad. Pero fue una ilusión que duró muy poco: con el nuevo siglo apareció China discutiendo la primacía a Estados Unidos, mientras Rusia e India mostraron un veloz crecimiento económico y autonomía en la política internacional. Todo parece indicar que el mundo se encamina hacia una hegemonía multilateral o, al menos, bilateral.
Y las ideologías no han muerto, ni mucho menos, aunque la derecha crea en la muerte del pensamiento de izquierda. Hay una especie de equilibrio pendular, en forma de olas. Se dio en los ‘90 con en el corrimiento hacia la derecha del pensamiento político global, tal como se mostró en las elecciones europeas y en algunos países americanos, con predominio del individualismo egoísta y privatizador y la reaparición de xenofobias y racismo, con exigencias de orden y “mano dura”. Desde principios de siglo y hasta mediados de los años 2010, la ola en América Latina fue progresista y luego una especie de vuelta a los años ’90 que, como dice Naomí Klein, domina la “lógica despiadada de las privatizaciones”, convirtiendo derechos (de salud, educación, jubilación) en mercancías, mientras una descomunal transferencia de recursos en beneficio de unos pocos ricos genera pobreza y exclusión. El 20% más rico de la población mundial (1.600 millones) posee el 96% de la riqueza mientras que el 80% restante (6.500 millones) posee solo el 4%.
“… todo indica que en América Latina estamos en una nueva ola progresista: México, Brasil, Colombia, Chile, Bolivia y ahora Uruguay lo señalan”.
La distribución inequitativa del neoliberalismo obligó a las masas a cambiar ingresos por deudas, lo que convirtió al mundo en una sociedad endeudada (el total de deuda pública y privada representaba el 256% del PBI mundial), que se paga con más deuda, lo que, al final, la vuelve totalmente impagable. Se está al borde de la crisis global y de una ola ideológica progresista que buscará la solución en una lógica productiva distinta, con una distribución más equitativa del producto. El mismo Francis Fukuyama ahora sostuvo que: (Los)“programas redistributivos que intentan corregir este gran desequilibrio tanto en los ingresos como en la riqueza que ha surgido entonces, sí, creo que no sólo puede regresar, sino que debería regresar. Este período extendido, que comenzó con Reagan y Thatcher, en el que se estableció un cierto conjunto de ideas sobre los beneficios de los mercados no regulados, en muchos sentidos tuvo un efecto desastroso”. (Entrevista periodística, 2018).
Ante la crisis del capitalismo, la alternativa a esa salida progresista es la dictadura totalitaria, como ocurrió en Europa en las décadas ’20 y ’30 del siglo pasado. Mientras tanto, la lucha ideológica y cultural está presente. Y a quienes plantean la muerte de la ideología de izquierda le caben las palabras que escribió José Zorrilla (en 1844) en Juan Tenorio: “Los muertos que vos matáis no son los que pensáis, gozan de buena salud”.